★★★★
Por Arturo Garibay

Emociones surrealistas y una estética expresionista sirven como combustible para la luz de EL FARO, un haz que ciega y guía, que ilumina los terrenos ensombrecidos del corazón humano. El director ROBERT EGGERS factura su segunda gran pieza de horror al hilo, nuevamente bajo sus propios términos y sin someterse al ethos, al pathos ni al logos del recetario vigente de los géneros y subgéneros fantásticos.

Dicho esto, EL FARO no es escalofriante por las razones convencionales. En todo caso, desconcierta en la medida en que los personajes ‘somatizan’ (en su funcionamiento y conducta) la soledad, en la medida en que mienten o se embriagan o se masturban. La muerte y la soledad son criaturas que caminan tomadas de la mano por el sendero del aislamiento.

ROBERT PATTINSON hace el papel de Winslow, un joven que llega a trabajar a un viejo y lejano faro que es resguardado por un hombre por demás misterioso, encarnado con exquisito exceso histriónico por el infalible WILLEM DAFOE. Aunque Pattinson no se queda atrás cuando se trata de asumir la hipérbole con estilo.

Filmada en 35 milímetros con una relación de aspecto que acentúa la sensación de encierro y el mood del horror psicológico, la película es una proeza visual. El relato de época se siente ciertamente anclado al pasado que a su manera retrata, además de que las lineas del cuadro acentúan la idea de una escapatoria imposible. Para los personajes hay un destino sellado, incluso si no sabemos cuál será. Sumemos a eso que el blanco y negro de la fotografía es de una belleza sobrecogedora. Con su plástica y su luz, EL FARO apuesta más por el corrosivo desasosiego que por el miedo llano.

Los muchos placeres visuales de la película envuelven un relato de una locura infernal. Como si fuese un discípulo del surrealismo, Eggers relata eventos en aparente desconexión, que se elevan por arriba de la realidad, que van escalando sin techo visible. La cinta también tiene un delicioso tufo a una ‘Dimensión Desconocida’ imbuida en ácido; se conduce por rutas impredecibles donde hay espíritus alados de marineros muertos y entes marítimos que se manifiestan a la medida del deseo y/o la locura. En EL FARO no hay obviedades.

Otra cosa maravillosa es que la cinta presume un sentido del humor cáustico, atroz. Así como desconcierta al espectador, tampoco duda al mostrarle momentos de chiste total. Pero el contexto es tan abrumador, que uno puede llegar a reírse con recelo, incluso si el chiste le pareció gracioso.

EL FARO lanza su luz para recordarnos que fondo y forma pueden estirarse a capricho del autor. Porque, ciertamente, Eggers ha firmado una pieza muy autoral. Co-escrita con su hermano Max, el realizador ha dotado al relato de un espíritu de fantasía aberrante y mesmerizante a la vez.

EL FARO es un mal sueño del que no se quiere despertar. Como me suele pasar cuando escribo de películas que se ciñen a mis muy particulares gustos, en algún punto termino por preguntarme sobre la clase de relación que un largometraje así puede llegar a construir con el gran público. Creo que una parte importante para mí al ver la película fue notar al espectador tan descolocado, tan fuera de base dentro de la sala, contrariado e intrigado por la pantalla. Creo que EL FARO es una experiencia que se vive muy cinematográficamente, por tratar de sintetizarlo de algún modo.

Que si EL FARO forma parte o no de ese bloque hipster que etiqueta a ciertas películas como “horror elevado” (elevated horror), es poco significativo. Da igual. Entiendo la idea de querer ponerle un asterisco a las películas recientes de Eggers, Aster o Peele, por citar algunos, pero a final de cuentas no hay etiqueta simple para definir todo lo que EL FARO es. La cinta se erige por si misma como esa luz que penetra la neblina para marcarnos su camino.