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Por Arturo Garibay

Las batallas que perdemos nos forjan más que las que ganamos. No hay spoiler en lo que voy a decir: aquí hay un niño que quiere ser Nazi. Como público, sabemos el camino que siguió la historia. Pero si recordamos la infancia es probable que nos demos cuenta que el “querer ser” casi siempre nos supo a triunfo, como cuando quieres ser un súper héroe o un jugador de futbol o un bombero. ¿Se puede reprochar el juego? ¿Se le puede reprochar a la infancia que luche por/contra la historia?


Nunca he tenido reparo en admitir que tengo una debilidad particular por las películas de maduración. Tal vez porque, si analizo las películas que me gustan, en ellas siempre hay alguna clase de transformación, que puede ir desde un cambio brutal en el status quo hasta algún contraste emocional aparentemente sutil pero significativo. En Jojo Rabbit, creo, existen las dos cosas y eso me encanta. Es que el llamado coming of age me parece particularmente significativo porque, supongo, todos hemos pasado por los goces y sufrimientos de crecer. Todos hemos sentido esa emoción tan particular de la fantasía de lo que queremos ser anidada en la inexperiencia.

Dirigida por Taika Waititi, Jojo Rabbit asume una herida que el cine sigue explorando pero a través de los ojos de un niño. Hay risas y algunas lágrimas para que pensemos sobre lo que significa ser algo.

Pero antes quisiera hablar sobre la comedia. Porque Jojo Rabbit tiene la genética de una película de risas y sonrisas. En ella caben igual la comedia de pastelazo que la comedia del absurdo, la sátira y la parodia… es un trabajo muy divertido. Siempre es lindo ver al gran público entregarse así, con la risa franca, a una película. En contraste, también es una película conmovedora. He leído por ahí críticas donde dicen, incluso, que es sentimentaloide. No lo sé. No me lo parece. Creo que así como su comedia es desproporcionada e hiperbólica, también hace uso de ciertos recursos de melodrama para jugar un poco al balancín con nosotros.

En tiempos en los que la comedia podría parecer inviable pues ya no te puedes reír de nada porque todo es motivo de indignación, en una época en la que todos se ofenden, Jojo Rabbit hace algo muy interesante. Puede parecer una caricatura, y lo es, como también tiene un espíritu fársico, puede sentirse en ella lo paródico y lo sarcástico, el humor cáustico; su tono exuda irreverencia… pero todo esto lleva un trazo fino. La cinta consigue burlarse de lo que se quiere mofar y decir lo que quiere decir. Si consigue salirse con la suya es porque la mirada regente del relato es la mirada infantil, una mirada que hace posible lo impensable.


Baste solo pensar en el personaje principal: Jojo, un niño que crece en la Alemania de la Segunda Guerra Mundial. Su sueño es ser un Nazi al servicio del Führer. Jojo vive con su madre, una mujer de convicciones, cosa que la lleva también a jugar en su propio territorio adulto. Muy pronto, Jojo verá que su mundo de supremacía aria se estremece cuando descubre que en casa hay una jovencita judía escondida tras las paredes. Su encuentro de primera mano con el peor de los horrores parecerá una catástrofe. El mundo de Jojo está a punto de volverse más grande.

Jojo es un niño bastante normal. Juega a la guerra, como juegan todavía muchos niños. Está apenas armando su identidad, peleando por pertenecer, aguantando el bullying, lidiando con los huecos en su familia. Jojo, que parece un niño entregado al adoctrinamiento, está en realidad jugando. Está resistiendo y formándose a la vez.

Pero hay algo más, algo que también es muy propio de la infancia: Jojo tiene un amigo imaginario. Pero no de cualquier estirpe. Su amigo de fantasía es Hitler. Yo no sé si hay formas comunes para los amigos imaginarios. Yo tuve uno que inventaron mis tías y lo aborrecía: se llamaba Clodomiro. El infame y nefasto Clodomiro. Nunca lo vi, pero me parecía real, era una suerte de presencia fantasmagórica increíblemente carismática que constantemente amenazaba con quedarse con todo lo mío. Repeler a Clodomiro fue mi acto de resistencia en mis momentos de mayor impotencia infantil, cuando el mundo de los adultos fue demasiado imponente: sin importar lo fracturado de mi entorno, me enseñó que lo mío era inexorablemente mío aunque estuviera roto. Me enseñó a no renunciar. A Jojo le pasa un poco al revés: su Hitler es confidente, incluso generoso a su manera. Hitler, figura del horror que aquí es algo payaso y bobalicón, mantiene a Jojo anclado a la niñez precisamente cuando el principio del fin de la infancia llama a su puerta. Ese es un momento tremendo. Importante.

Todos los niños guardan monstruos en el armario o debajo de la cama. Lo que Jojo tiene es una niña judía tras las paredes. Ahí está la fractura, que la película no mira desde la fatalidad sino desde la posibilidad. A Jojo se le presenta la oportunidad en un momento muy lindo de su infancia para poder revalorar lo “monstruoso” del otro. Esto es cinematográfico en la medida de que el cine es uno de nuestros espejos.


La idea de pensar en un niño en tiempos de guerra que usa la guerra como una forma de juego, como un recurso para ser y pertenecer, suena terrible, abrumador. A través de la comedia, Jojo Rabbit nos invita a pensar en esas ideas. Porque la comedia puede hablar de todo, puede desternillarnos sin trivializar el objeto/sujeto cómico.

Solo quiero rematar con un comentario particular sobre Taika Waititi. Creo que es un muy buen guionista y director. A él le debemos uno de los mejores falsos documentales de la década (What We Do in the Shadows) y una de las mejores películas de superhéroes de la década (Thor: Ragnarok). A mi juicio, Waititi tiene discurso incluso cuando puede parecer insustancial, cuando solo parece narrar sinsentidos. Pero siempre entreteje algo en sus historias. A la fecha Jojo Rabbit es su pieza más sustanciosa.

Jojo Rabbit me gustó mucho. Hay una idea que no me he podido sacar de la cabeza y que sigo intentando aterrizar, pero la voy a escribir de todas formas: creo que Waititi nos muestra con este relato que puede haber decencia en la ligereza. Y que no todo lo ligero es mundano. Porque su película no es otro relato ceremonioso de la guerra… y eso no la empequeñece.

“Deja que todo te suceda: belleza y terror. Sigue andando. Ningún sentimiento es definitivo”

—Rainer Maria Rilke