★ ★ ★ | Por Arturo Garibay

Lo cotidiano es extraordinario, luminoso en Tultepec. El día a día de sus pobladores está inexorablemente vinculado al resplandor y la estridencia de los fuegos artificiales. Los artesanos locales se dedican a la pirotecnia. Ése es su trabajo, su tradición y su herencia según podemos observar —la palabra clave es esa: observar— en el documental Pólvora y Gloria (Brimstone and Glory) dirigido por Viktor Jakovleski.

La experiencia audiovisual que ofrece Pólvora y Gloria es bastante peculiar. De entrada, porque resultó no ser lo que yo estaba esperando: sucede que tuve el desatino de leer la sinopsis oficial, que habla sobre un niño fascinado por la pirotecnia y otras personas que se dedican a esto. Ciertamente, los personajes son presentados al iniciar la película, pero ocurre que el viaje audiovisual no va por ahí. Este no es un documental de personajes. Es una cosa muy distinta, algo que está relacionado a la experiencia colectiva de la pirotecnia en un pueblo donde más de la mitad de los habitantes trabajan creando fuegos artificiales. La película es un retrato audiovisual sobre vecinos, oficios, tradición, toritos, castillos y herencias transgeneracionales. Como pasa en el momento catártico final de Fuenteovejuna, los protagonistas son la gente, el pueblo, el furor colectivo y las explosiones en el cielo. Solo que aquí no matamos al comendador, le prendemos fuego al cielo.

Tomando esto en cuenta, yo diría que Pólvora y Gloria es un documental principalmente observacional. O al apreciarlo de esa manera es como uno le exprime en serio su jugo. Más que seguir a un personaje o emplazarnos en su perspectiva, lo que hacemos gran parte de la película es observar lo cotidiano de un pueblo en pos de lo extraordinario, en vísperas de la celebración de San Juan de Dios, santo patrono de los fabricantes de fuegos artificiales. El trayecto fílmico tiene como objetivo meternos en esa festividad, que resulta ser una absoluta orgía piromaníaca. De verdad espectacular. Es increíble cómo mantenemos vivas nuestras relaciones más primitivas, justo como la que tenemos con el fuego desde tiempos prehistóricos. En la cinta, los seres humanos corremos a los brazos del fuego, pero luego saltamos y esquivamos para que no nos queme.

Pólvora y Gloria no dice mucho —en un sentido clásico, argumentalmente—, más bien nos deja mirar, deslumbrarnos. La película atrapa las miradas en especial con sus imágenes de pirotecnia, con los cielos nocturnos iluminados de partículas incandescentes, con las calles empapándose de lenguas de fuego. En todo caso, si tuviera algo que reprocharle (además de los personajes presentados casi en falso) sería que me parece que adolece un poco de tener una trayectoria errante en términos de relato.

Es interesante ver una película como Pólvora y Gloria en la medida de que hace un registro de lo efímero. Pensemos que los fuegos artificiales, la pirotecnia, duran solo unos instantes y luego se diluyen en el manto nocturno. Pero no en esta película, donde han quedado atrapados, haciendo de testigos de cómo y por qué se vive en Tultepec. Al mismo tiempo, es un relato sobre funambilismo, sobre el peligro inminente. Estos artistas trabajan con la materia prima más peligrosa de todas para crear piezas de arte que se apagan en un parpadeo, que no están hechas para perdurar, sino para arder. Y que bien podrían explotarles en la cara en cualquier momento.

Pólvora y Gloria nos muestra en sus imágenes la identidad de un pueblo que ha decidido que pertenece al fuego y al cielo; que lo arriesga todo por una noche bellamente iluminada, por el estremecimiento de cada estallido. La estafeta es explosiva.


Pólvora y Gloria estalla en salas de cine desde este 3 de septiembre. Un estreno de Machete Cine.

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