★ ★ ★ ½ | Por Arturo Garibay
Películas sobre el cáncer hay muchas. Usualmente, esas historias suelen apostar por el melodrama exacerbado, por los recursos lacrimógenos y los arrebatos histriónicos desmesurados, sobre todo cuando el tema recibe el tratamiento hollywoodense. Este no es el caso de Un amor extraordinario, una película sobria, contenida y muy genuina sobre la batalla contra el cáncer.
Lisa Barros D’Sa y Glenn Leyburn vuelven a formar un tándem creativo como directores. Juntos asumen la misión de trabajar con Lesley Manville y Liam Neeson, dos actores de talentos comprobadísimos y que entregan una ejecución «extraordinaria» para Un amor extraordinario, aunque suene redundante.
Joan y Tom son un matrimonio maduro que está por afrontar una prueba tremenda cuando Joan descubra que tiene cáncer de mama. No hace falta añadir más sobre la trama. Es un relato muy concreto, que no se anda por las ramas. La historia se enfoca en el devenir de los personajes entre la dinámica doméstica y médica.
Un amor extraordinario es una película de ejecución elegante, más apegada al naturalismo que a los excesos que muchos insisten en imprimirle al melodrama. Con una parsimonia muy agradable, la cámara observa a los personajes desde lo cotidiano, con una dinámica de pareja que Manville y Neeson articulan de manera increíblemente realista y franca.
Los realizadores se decantan por una puesta en cámara sencilla, muy fina, que privilegia que podamos obtener de los actores una buena tajada de emoción, la cual nos sirven con instántes contenidos. Un amor extraordinario no es una película de gritos ni de diálogos innecesarios. Manville y Neeson transmiten lo que hay que transmitir con sus miradas, sus entrecejos, el rictus, la forma en que sus labios se aprietan, las posturas de sus cuerpos. Ambos son intérpretes con una quinésica maravillosa.
Un amor extraordinario, en términos tonales y constitutivos, se nos ofrece como una historia tipo slice of life («rebanada de vida»). Es decir, la película no pretende impostar elementos narrativos desorbitados, sino que busca que transmitir una anécdota que privilegie la autenticidad.
Solo puedo imaginarme lo bien articulado que debe estar el guion de Owen McCafferty. Todo el trabajo se ve complementado por el trabajo visual del cinefotógrafo Piers McGrail y por una partitura original de impacto preciso, compuesta por Brian Irvine y el ganador del BAFTA televisivo David Holmes, quien creo que merece más gloria por su trabajo para creaciones audiovisuales. Holmes es, además, productor de la película. En fin, la música opera con la misma sutileza con la que se ejercen los otros elementos fílmicos, dramáticos e histriónicos de la película.
Si hubiese algo que resentir en Un amor extraordinario, eso quizás sería el ritmo. No que yo me queje. Yo en verdad disfruté el trayecto con estos dos personajes, fue interesante poderlos mirar con la calma intensa que la película maneja. Pero igual hay personas que gustan de que las películas le pisen al acelerador. Pero no, este relato no recurre a esos artificios. Es una cinta atrapante por el mérito de la historia que cuenta.
Un amor extraordinario nos muestra la lucha contra el cáncer no como un espectáculo de lágrimas, sino como una batalla que es el día a día cotidiano de quienes están asistiendo en este momento a una quimioterapia, o de quienes están esperando el resultado de un diagnóstico. También es una historia de amor, una reflexión sobre las relaciones de pareja, el matrimonio, los embates de la vida cuando llevas tantos años junto a alguien. Sí, ahora que lo pienso, creo que la película también hace el trabajo de revisar los quistes del matrimonio. Y sobre las experiencias traumáticas, desconsoladoras y confrontativas que pueden vivirse en compañía.
Un amor extraordinario ya está en cines. Un estreno de Zima Entertainment.
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