★ ★ ★ ½ | Por Arturo Garibay

Una adolescente vive con su madre y su pequeño hermano en un empobrecido pueblo costero africano. Año con año, la marea crece y ha comenzado a devorar al pueblo, que está condenado a desaparecer. Por eso, todos se van, menos Aya. Para la chica, ese es su hogar, el lugar al que pertenece. Otro destino, otro hogar, le parecen impensables.

Articulada desde el naturalismo, AYA es el primer trabajo de ficción del cineasta belga Simon Coulibaly Gillard, cuya mirada versada en el documental imprime al filme mucho de su identidad. Que no te extrañe si AYA bordea la frontera de la ficción y el documental. Su ritmo, parsimonioso pero también magnético, tiende un puente entre Aya y el espectador. Si bien la cinta no tiene una línea argumental novedosa, el filme ostenta argumentos suficientes para interesarnos y comprometernos con lo que pasa en pantalla.

En gran medida, esto se debe al trabajo de Marie-Josée Kokora y Patricia Egnabayou en la pantalla. La sonrisa de Kokora, y también su mirada, tiene una cualidad gravitatoria, es imposible no sentirnos atrapados por su presencia a cuadro. La Aya de Kokora es una suerte de prisma traslúcido por el que cruzan las luces de la familia, la adolescencia, el asolamiento inminente, el hogar, la pobreza, el primer amor… De cierto modo, creo que AYA habla de las fuerzas, visibles e invisibles, que taladran los presentes y definen los futuros. En un relato que fácilmente pudo tornarse en una pieza de pornomiseria, Gillard apuesta por enfocarse en el elemento humano. Y su película tiene, por tanto, mucho corazón.

AYA es, en conclusión y para abonar un poco más, una película sobre las cosas que definen quién eres, sobre el adiós a la infancia, sobre la tierra bajo tus pies y cómo te hace sentir que perteneces, que estás en tu lugar. Y, por supuesto, ¿qué pasa cuando todo a tu alrededor erosiona?


AYA se estrenó en México como parte de la Competencia Oficial del Festival Internacional de Cine en Guanajuato (GIFF).

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