Lilian y sus cuatro hijos viajan con la caravana migrante desde Guatemala, con el fin de llegar a los EEUU en busca de un futuro mejor y para alejarse de un hombre violento. LO QUE QUEDA EN EL CAMINO es una nueva pieza en la tradición del cine de migración, el cual en los últimos ha ganado —con justicia— un lugar preponderante entre los realizadores de cine documental.

LO QUE QUEDA EN EL CAMINO es dirigido por Jakob Krese y Danilo do Carmo, acompañados de la cámara Arne Brüttner. Tras haber explorado la temática en el cortometraje LA ESPERA, el equipo de Majmun Films —integrado por Krese y la productora Annika Mayer— se emplazaron en la titánica labor de levantar un largometraje documental que visibilizara una historia migrante con el potencial de hacer eco y tocar públicos. Lo lograron.

Tras el estreno de LO QUE QUEDA EN EL CAMINO en el marco del 24° Festival Internacional de Cine de Guanajuato (GIFF), en TOPCINEMA charlamos con el director Jakob Krese y el cineasta-activista Irving Mondragón sobre este opus que logró atrapar los reflectores del certamen fílmico.

LO QUE QUEDA EN EL CAMINO (official TRAILER) from Majmun Films on Vimeo.

La temática migratoria sigue despertando gran interés entre los documentalistas. Hay ya muchos documentales de migración y, sin embargo, creo que todavía no es suficiente: necesitamos más. Desde su punto de vista, ¿por qué es relevante que se sigan contando estas historias?

IRVING MONDRAGÓN: Es importante porque es nuestra realidad. En cada país hay zonas geográficas más desfavorecidas que otras y van a seguir ocurriendo las historias en las que un grupo de personas o comunidades buscan la supervivencia y el bienestar de los suyos. Es normal que existan este tipo de producciones. La singularidad de esta producción es que se acompaña durante cuatro mil kilómetros a una caravana en una caminata donde se unieron miles de personas buscando soluciones, protección, seguridad y/o sacar adelante a sus familias. Se busca una reflexión de la singularidad, como lo hicieron los directores con Lilian y su familia. Ella, una mujer embarazada que sale de su país de origen para sacar adelante a sus hijos, encaminada con lo poco que tiene y las personas más valiosas de su vida, sus niños.

JAKOB KRESE: También no hay que olvidar que aun cuando se tengan muchas películas de un tema, cada una lo aborda de forma distinta. Tenemos 90 millones de personas migrando en este momento en búsqueda de una vida mejor y el número va aumentando. Todos tenemos que hablar del tema, apoyar a que todos tengamos el derecho al libre tránsito. Nadie es ilegal y ese es un tema que va a ser cada vez más vigente, no solo por temas políticos o de inseguridad, sino también por el cambio climático. Es responsabilidad de todos sensibilizar, trabajar y apoyar para que este sistema de fronteras mejore.

 ¿Qué hace del cine una herramienta tan poderosa para contar las historias de los migrantes?

JK: La profundización y el tiempo. En esta película tenemos la oportunidad de conocer, observar, estar dentro de la caravana. Yo creo que es de las cosas más importantes, el tomarnos el tiempo para conocer y generar un diálogo entre los personajes, el material y el público.

IM: Permite también profundizar la reflexión y contemplar sin emitir juicio de valor, además de anteponerse a la voracidad mediática, algo a que la gente ha sido víctima en estos caminos. Grandes cámaras focalizadas en cómo duermen en su pobreza, si están sucios o enfermos. Debemos ofrecer un poco de dignidad en su camino, o de lo contrario estaríamos replicando lo que hemos pasado con los gobiernos y los medios que sólo buscan la polémica. Hoy en día hay tanto odio y tanta xenofobia como resultado de meses y años de presión ejercidos en contra de los migrantes, sin una muestra de compasión.

JK: También buscamos no victimizar a la gente. Es necesario verlos como personas, con vidas no en blanco y negro, sino llenas de realidades complicadas. Eso nos permite el cine, mostrar algo complejo que no se puede narrar en tres frases y mostrar en realidad todas las contradicciones y una imagen compleja en lo que se pueda contar dentro de noventa minutos. El cine tiene ese poder.

Al momento de filmar LO QUE QUEDA EN EL CAMINO… ¿cómo fue meter la cámara a la vida de Lilian y sus niños sin que fuera un elemento violento o invasivo, que se volviera parte de lo cotidiano?

JK: Ayudó que ya teníamos mucho tiempo viajando con la caravana, la gente ya nos conocía entonces ya éramos parte. Había mucha confianza por parte de ellos. Lilian es una persona muy particular que realmente la conocimos y entró muy orgánicamente; atrapó a la cámara. Lo interesante de Lilian es que ella nunca buscó a la cámara pero tampoco la rechazó, en realidad le dio bastante igual. Disfrutó de nuestra compañía, ella y los niños, pero se abrió poco a poco. Eso fue lo interesante, porque dio un elemento de transformación en nuestra relación conforme ella se abría y revelaba cosas íntimas que después nos dio mucha responsabilidad de qué editar y que no. Los niños también eran naturales con la cámara y en algún momento estuvo claro, después de ver el material: debíamos seguir la historia de ella.

¿Cuánto material tiraron y cómo fue el proceso de reducir la cantidad grabada a un par de horas?

JK: Se filmaron 120 horas en la caravana más el material que grabamos un año después en Tijuana y Estados Unidos, con un total de 160 horas de película. Lo que pasa en una caravana es que no sabes qué problemática se vuelve algo mayor. Grabas un montón porque no sabes lo que se puede volver algo grande, ya sea a nivel personal o colectivo. No filmamos sólo con Lilian, sino con otros personajes. Al inicio queríamos hacer una película de cuatro mujeres viajando, pero en el proceso nos dimos cuenta de que era la película de Lilian y su familia, historia que por sí sola era difícil de resumir en noventa minutos. Ese proceso fue difícil y largo. Al final, decidimos poner la caravana como trasfondo y enfocarnos en la historia de la familia.

¿Hay algún momento de LO QUE QUEDA EN EL CAMINO que para ustedes haya sido particularmente revelador?

JK: La xenofobia siempre está presente aun cuando hubo mucha solidaridad del pueblo mexicano. Un punto complicado fue después de pasar la CDMX, en el estado de Guanajuato, cuando se decidió que no podíamos tomar ride en las carreteras. Esto fue duro porque se tenía que caminar por el sol, sin agua o comida, en terrenos cada vez más grandes y desérticos y con la policía detrás.

IM: En esos momentos de la caravana, el discurso de odio es que son invasores y que no los querían. Si bien había muchas personas solidarias por parte de la sociedad mexicana, muchos otros no aceptaban. Era lo constante: carros que gritan, que lanzan cosas, policía y migración cazando, esperando desarticular el movimiento de personas que buscan dignidad. Pienso que esa reflexión ocurre a través de este documental, por pura contemplación ya que no hay narración como tal, pues son los personajes los que van dando la información poco a poco.

JK: Hay un límite también en la manera de filmar. Éramos un equipo grande y teníamos en el staff al menos dos personas blancas y una cámara visible. La verdad eso influyó a que la realidad que retratamos con la cámara, aún con sus momentos negativos, fuera mucho más positiva que si no hubiera estado la cámara presente. Esto ayudó a la caravana, pero sabemos que al mismo tiempo manipula la realidad, pues de no haber estado presente la cámara, muchas situaciones habrían estado peor. No obstante, sí hubo muchas situaciones terribles, donde instituciones que debían y podían ayudar no lo hicieron. Esto fue lo sorprendente, ver esas instituciones que se supone que deben ayudar al inmigrante y no lo hicieron.


LO QUE QUEDA EN EL CAMINO tuvo su estreno mundial en el GIFF.


Entrevista realizada por Arturo Garibay para TOPCINEMA | Enviado especial