★★★
Por Arturo Garibay

Ana y Elsa están de regreso en FROZEN II, la película animada número 58 de Disney. A seis años del éxito de la primera cinta aparece la secuela que nos lleva de vuelta a Arendelle para descubrir el origen de los poderes de Elsa. Una extraña voz que solo ella puede escuchar detonará la aventura que, lo diré de una vez, es un crowdpleaser esculpido a conciencia.

Antes que nada, he de confesar que no soy fan de la primera FROZEN (2013). Sí, la disfruté en su momento, caí de la forma en que aquellos a quienes nos gustan los musicales solemos caer: a pesar de los defectos y de los no pocos clichés. Con todo y que la encuentro agradable, está [muy] lejos de figurar en mi lista de películas animadas favoritas de la casa Disney. Si bien la idea del empoderamiento y de la princesa que no vive a expensas del rescate del príncipe se agradece, francamente me parece que todo eso está mejor logrado en VALIENTE o en MOANA. En fin.

Dicho lo anterior y a diferencia de las niñas y niños de su mercado meta, yo no moría por ver FROZEN II. Su existencia me parecía más una excusa mercadológica que un ímpetu creativo. FROZEN es una de las marcas más bendecidas en el negocio del “consumer product” de Disney, así que tenía mis motivos para ser “sospechosista”.

¿Quién iba a decir que también iba a disfrutar de FROZEN II?

Sucede que FROZEN II es una mezcla de aciertos y redundancias que, a mí parecer, se inclina más hacia lo positivo. Esto me reconforta porque me preocupaba terminar empalado con estalactitas de hielo por el fandom de Ana y Elsa.

Al modo de Disney, FROZEN II es una experiencia musical. Solo que, a diferencia de su antecesora, esta cinta cómodamente tiene el doble o más de números musicales. Espere usted que el espacio entre canción y canción le dé pocos minutos de respiro. En este sentido, para bien o para mal, FROZEN II está desprovista de un himno rotundo e indeleble (para muchos, aborrecible) de la envergadura de “Libre soy”, una canción que si bien se convirtió en el “ya basta” de los padres de familia en el trienio 2013-2015, he de anotar que sí que me gusta. Pero, otra vez, aquí soy tendencioso porque Idina Menzel me encanta.

Decía pues que no hay en la banda sonora una canción del tamaño de “Libre soy”, pero sí hay temas sobradamente competentes, de esos con los que se ganan los Premios de la Academia. Mi apuesta va por “Into the Unkwown” (“Mucho más allá”), aunque “Muéstrate” (“Show Yourself”), “All is Found” (“Mil memorias”) y “Tu luz” (“Lost in the Woods”) tienen lo suyo. El deleite musical de los fans se verá exponenciado por los varios guiños sonoros a temas de la primera película, que claramente sirvieron como plantilla para crear canciones nuevas y redondas.

Pero el gran mérito de FROZEN II no musical. Tampoco narrativo (en todo caso, la historia me pareció artificiosa, como si alguien se hubiese esmerado demasiado por hacerla “compleja” y “elaborada” cuando el encanto de la primera cinta radica en su simpleza).

El verdadero triunfo de esta secuela es de carácter visual. La casa Disney ha logrado facturar su película más espectacular en el aspecto gráfico (descontando cualquier cosa vinculada con Pixar). El trabajo animado es de una calidad inédita. FROZEN II tiene momentos de gran belleza visual y da una notable zancada en la creación de animación CGI para su estudio. La nieve, las hojas de los árboles, el cabello de los personajes, las texturas y, sobre todo, el trabajo con las olas del mar, es impactante, por decir lo menos. Kudos.

De bromas redundantes y sin grandes sorpresas, FROZEN II tiene aventuras, tiene canciones, tiene momentos de estridencia audiovisual y tiene a sus dos protagonistas haciendo lo que se espera de ellas. Es un raspado elaborado con un dulce sabor que busca el gran público. Pero no la veo logrando un impacto cultural del tamaño de su antecesora.

Eso sí: comercialmente, la va a romper.


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