★★★★
Por Arturo Garibay
ALMODÓVAR ha vuelto con la que muy probablemente sea su película más personal. Si bien es cierto que el cineasta manchego constantemente hace uso de lo íntimo, de lo propio y de lo vivencial, en la flamante DOLOR Y GLORIA vemos cómo Pedro tiende una cuerda floja para jugarle al funámbulo que se desplaza con precisión acrobática entre la autobiografía y la autoficción. Nosotros, como espectadores, quedamos magnetizados por su osadía en las alturas, por su acto metafílmico y metaemotivo.
Es así que DOLOR Y GLORIA se nos ofrece como una película donde el Pedro verdadero se asoma para convertirse en ficción, y para ello se fía de ANTONIO BANDERAS en el papel de Salvador Mello, un director de cine con toda clase de muletillas emocionales y médicas. Y, hay que decirlo, el actor fetiche de Pedro logra una de las mejores interpretaciones que he visto este año. No por nada ganó el premio al Mejor Actor en Cannes. Su interpretación es de una sutileza y contención sobrecogedoras, hermosas.
Otra cosa que es prudente anotar es que DOLOR Y GLORIA es el relato menos ‘estrambótico’ de Almodóvar. Lo interesante es que este nuevo tono no reniega ni del estilo ni de la personalidad (visual, dramática, cósmica) de Pedro. DOLOR Y GLORIA es un filme totalmente Almodóvar pero con una textura distinta, si así se quiere pensar.
DOLOR Y GLORIA es elegante, fina, una película de una hechura fantástica, con un elenco ídem. Con este opus, Almodóvar nos reitera que ha dejado de ser un «autor» de los que se preocupan por superarse a si mismos. Es evidente que para el realizador ibérico todo gira en torno a contar las historias desde el corazón, desde la mirada, desde el cine.