★ ★ ★ ½
Por Arturo Garibay
1917 es una proeza técnica. Absolutamente y por sobre todas las cosas. La premiada película de SAM MENDES —que acaba de recoger el premio del Sindicato de Productores para así ponerse a la cabeza de las favoritas por el Oscar— se vale de apenas un puñado de ‘planos secuencia’ para contarnos la historia de dos soldados con una misión durante la Primera Guerra Mundial. ¿Es suficiente la opulencia y exuberancia visual (todo muy bonito, sí) para pensar a 1917 como la mejor película del año?
GEORGE MACKAY y DEAN-CHARLES CHAPMAN hacen el papel del tándem protagónico, cabos del ejército británico que deben atravesar líneas enemigas con un importante mensaje en su poder: detener una batalla inminente que es, en realidad, una trampa de los alemanes. De fracasar en su misión se celebrará una masacre y 1,600 soldados morirán, incluido el hermano de uno de ellos.
Sam Mendes es un director bastante solvente y que, además, parece conocer los gustos y caprichos de la Academia. De las ocho películas que integran su filmografía para la gran pantalla, seis han recibido al menos una nominación. Ahora nos prescribe un melodrama bélico de anécdota accesible, desprovisto de cualquier confrontación, zurcido con una puesta en cámara de esas que llenan las pupilas con su imponencia.
Para articular su relato, Mendes apuesta por el uso de los ya citados ‘planos secuencia’: tomas ininterrumpidas de larga duración que apelan a una narrativa en ‘tiempo real’, a una experiencia de guerra que busca transmitir un ‘aquí y ahora’ en las acciones de la trama. Dichos planos son, estética y técnicamente, muy bonitos. Tienen la virtud de despertar la intriga de los curiosos del quehacer audiovisual. Con cuidado y mucho, mucho trabajo de montaje interno, Mendes entrega una película que parece una sola toma ininterrumpida, que sabe esconder los puntos de sus elipsis narrativas de frente al gran público.
En este ejercicio audiovisual de súper lujo, Mendes afronta un reto particular. Su estructura está marcada por tiempos fuertes y débiles. En otras palabras, hay en la película momentos de gran impacto, sobrecogedores, efervescentes, capaces de enchinar la piel a los más entregados a la película, sorprendentes para los parámetros del cine de grandes escalas. Con mucho ‘wow factor’. En contraste, encontramos momentos radicalmente más débiles que, si no se ha entrado de lleno en el filme, pueden sentirse como pequeños abismos donde nada está pasando. Si esos momentos son de solaz y progresión, más bien entregan una sensación de laguna. Y de ahí que me pregunto si el uso de los ‘planos secuencia’, asombrosos como son, no está algo impostado en un par de zonas del relato.
Los dispersos y pequeños momentos de algo parecido al tedio que hay en 1917 son un problema en la medida de que, aun en su brevedad, son suficientes para que uno se haga preguntas. Como me pasó a mí, que me hice, quizás, la peor pregunta de todas: ¿cuál es el propósito de esto tan chulo y fastuoso que estoy viendo?
Mención aparte merece el sublime trabajo de ROGER DEAKINS con la cámara y la luz. ¡Dios mío! 1917 deja patente que este cinefotógrafo es uno de los más grandes directores de fotografía en activo, una eminencia incontestable. No que le hiciese falta este documento para dejar patente su talento. Solo quería comentarlo porque lo que logra Deakins con su trabajo es pura dicha visual.
Deakins, tótem de su oficio. Ídolo mundial. Tiene una gran capacidad para plantar su cámara, para resolver coreográficamente hasta los emplazamientos más complicados. La cinta logra una hermosa coreografía visual donde la relación entre actores, escenario y cámara nunca se rompe, parece filmada con tiros de hierro. Deakins es fantástico, logra cosas maravillosas con su uso de la luz, de aplauso de pie. Si hay majestuosidad en 1917, se lo debe a la precisión del trabajo fotográfico. Y también a los conocimientos duros que tiene Mendes sobre cómo se hace una puesta en escena.
1917 es una película con mucha pompa audiovisual, imponente, pero que narrativamente se queda en lo anecdótico. Siento que le falta discurso. Se puede disfrutar bastante, pero es más cascarón que sustancia. No entrega más que su plástica. Y mira que es entretenida y emocionante casi todo el tiempo. Vuelvo a aplaudir todos sus méritos técnicos y de montaje interno.
Pero no, no me parece la mejor película del año, incluso si la industria la sigue ratificando como tal en una temporada de premios que tiene su propia agenda concreta.