★ ★ ★ | Por Arturo Garibay

El gran caldero cinematográfico nos ha conjurado una película firmada por un aquelarre vedaderamente mágico. Las Brujas es dirigida por Robert Zemeckis (Volver la futuro), producida por Guillermo del Toro (El laberinto del fauno) y Alfonso Cuarón (Gravedad), protagonizada por Anne Hathaway (El diablo viste a la moda) y Octavia Spencer (La forma del agua). Suena a fórmula ganadora. Suena a algo que quieres salir corriendo a ver al cine, ¿cierto? Solo no cometas el error de la mayoría. Pero antes de llegar a eso, hablemos un poco de la película.


Basada en el potente y maravilloso relato original de Roald Dahl, Las Brujas es llevada de nuevo a la pantalla grande. Hace 30 años, allá por 1990, Anjelica Huston protagonizó una versión fenomenal de este texto, tan estrafalario y exquisitamente siniestro, como suelen ser las historias de Dahl. El papel de Huston como la Gran Bruja quizá trascienda como el más grande personaje de la actriz a los ojos del público popular. Es tremenda, la bruja fílmica por antonomasia, solo superada por la bruja de El Mago de Oz.

La película de Nicolas Roeg (la de los noventas) es una pieza redonda, que ya se ha enclavado en el imaginario fílmico colectivo. Esto, nos guste o no, representa un problema para la versión de Zemeckis, aunque sea muy divertida. Es cierto que el director de Forrest Gump ha hecho un trabajo de apropiación, nos ha entregado su versión, su lectura de Las Brujas y eso se agradece. Es más, Zemeckis hasta se anima a dejarnos con un saborcito agridulce para el tercer acto del filme.

Y creo éste es el punto donde debemos hablar sobre el error que podemos cometer como espectadores y que le puede dar al traste a nuestra experiencia frente al nuevo filme. ¿Cuál es ese error? Comparar ambas versiones y tratar de medirlas hombro con hombro. Un enfrentamiento de esas características es desventajoso para la versión nueva. La versión de Zemeckis es bastante competente, tiene un ritmo agradable, está empapelada como una película de terror para niños que es divertida. Pero no está dibujada con la misma tinta indeleble que la versión de 1990.


Me cuesta imaginarme a los públicos de hoy llevándose a Las Brujas de 2020 como una película de acompañamiento al crecer, cosa que muchos niños sí hicieron con la versión de 1990. Es más, hasta me voy a animar a decir que Las Brujas de Zemeckis son entretenidas en el aquí y el ahora, lanzádonos orita al cine. Pero Las Brujas noventeras tienen una corpulencia transgeneracional, dan un miedo que se puede heredar de una generación de niños a otra.

Es cierto que el discurso de Las Brujas de hoy hace alusión a temas que nos son importantes: está aterrizada a lo que los tiempos actuales demandan en términos de presentación, representatividad, diversidad; pero eso no basta para que la versión de Zemeckis sea algo para atesorar, aunque sí para disfrutar.

Otra cosa que no puedo dejar de pensar es si la versión de Zemeckis hubiera podido tener una bajada dramática, visual y afectiva con un tono más oscuro y siniestro, sin renunciar a ser un relato de horror para niños. Siento que le falta truculencia.


A Las Brujas de Zemeckis le pasa lo que le suele ocurrir a los remakes de películas clásicas o totémicas o de referencia. Y es que uno se pregunta “¿qué tan necesaria es una nueva versión?” No solo como producto de consumo, también autoralmente, artísticamente. Ya dije que para mí Zemeckis sí está dando su lectura del relato, no creo que se sienta del todo gratuita en ese nivel. Pero desde la trinchera del espectador, no sé si necesitábamos una nueva versión cuando la pieza de 1990 es tan redonda.

No sé. Siempre me he preguntado por qué se hacen remakes de los clásicos incontestables cuando hay tantas películas con buenas ideas pero pobres ejecuciones. ¿Por qué no hacer remakes de películas medianas o malogradas y convertirlas en algo fregón a través del prisma de un nuevo creador? A lo mejor estoy diciendo un sinsentido, pero creo que ahí hay un área de oportunidad.

Pues ahí está: la verdad es que sí recomiendo Las Brujas, solo digo que se salten la parte de la comparación para que la disfruten como el divertimento que es. Ya después que se la hayan pasado bien, entonces sí recomiendo hacer el ejercicio de reflexionar los refritos, qué tanto nos aportan o qué tanto son una redundancia en tiempos donde hay tanto contenido audiovisual original para escoger.

Y no, no voy a entrar en el tema de Anjelica Huston vs. Anne Hathaway. Capaz que me convierten en ratón.