★ ★ ★ | Por Arturo Garibay

El fenómeno del «amigo imaginario» es sumamente común en la infancia. En muchos casos, los niños los utilizan como compañeros de juego y algunos estudios llegan a señalar que tener un «amigo imaginario» ayuda a los pequeños a consolidar ciertas habilidades de socialización e incluso a potenciar la creatividad. Claro, al menos que tu amigo se llame «Z» y haya llegado a tu vida con un plan que va más allá de solo brindarte su aprecio y camaradería.

Z es la nueva película de Brandon Christensen, director de La maldición del diablo (Still/Born, 2017). Entre ambos largometrajes del realizador hay una interesante coincidencia: ambas películas tratan sobre madres que afrontan un peligro sobrenatural conectado a sus hijos. Christensen, que además es guionista de ambas películas en colaboración con Colin Minihan, vuelve a encontrar materia prima en el amor de madre, donde yace la más férrea determinación para afrontar lo que sea con tal de defender, luchar… o hacer los más brutales sacrificios.

Proyectada ya en varios festivales de género como Popcorn Frights, Sin City Horror Fest o Blood in the Snow, Z es una pieza mejor lograda que la película anterior de Christensen. La apuesta es atmosférica y con un arranque casi flemático que —acertadamente— hace que el espectador crea que puede protegerse del desasosiego inminente. Z nos lleva por un relato muy concentrado en la relación triangular entre madre, hijo y la angustia provocada por aquel que no se ve. El filme dosifica sus jump scares porque tienes que tenerle más miedo a lo invisible que a lo visible. Claro, eso no significa que el horrendo «Z» no vaya a hacer apariciones a cuadro para que des brinquitos en tu asiento.

De este modo, la mejor parte de la película ocurre durante su primera mitad, que es la zona mejor trabajada en lo narrativo, en lo ambiental, en la relación que se construye entre personajes y espectadores. La segunda mitad es otro cantar.

Conforme vamos llegando al acto conclusivo del relato y los puntos climáticos comienzan a tener efectos más ostensibles en la trama, algo le sucede a la película. Su consistencia pasa de la solidez a la uniformidad. No de manera desastrosa, porque la película es entretenida y disfrutable de principio a fin. Pero la verosimilitud lograda comienza a diluirse, a disiparse. Es imposible hablar de esto y explicarme adecuadamente sin arrojar spoilers, y ésta es una crítica libre de spoilers. Así que no ahondaré en las fisuras de guion y ejecución. Es una pena, porque el trayecto pulcro de la cinta se comba hacia el cierre.

Z tiene más aciertos que fallos. Te atrapa, te involucra. Te hace sentir inquietud. Además de que el etéreo «Z» es escandalosamente feo. No quisiera encontrármelo ni en sueños. La experiencia es disfrutable, entretenida y palomera dentro del género. No sé, quizás incluso te lleve a imaginar de vuelta a algún olvidado amigo imaginario de la niñez.