★ ★ ★ | Por Arturo Garibay
Había estado pensando en escribir sobre Mulán (2020) de la directora Niki Caro, pero no sabía muy bien por dónde empezar. La llegada de la película a nuestra región a través de Disney+ y con disponibilidad para todos los suscriptores (a diferencia de lo que ocurrió en otros mercados, donde había que pagar una tarifa de renta à la VOD) reavivó en mí el deseo de escribir de la película. Porque la Mulán de «acción real» es una película entretenida, un buen esfuerzo por articular una súper producción épica en formato familiar. Paradójicamente, también es una película que se ve pequeña, ordinaria, casi anémica. ¿Y de quién es la culpa? Del streaming.
Es evidente que Mulán es una película hecha para pantalla grande. Solo puedo imaginarme la imponencia de sus imágenes en una sala de cine, su mezcla de sonido y su partitura, que deben ser cosas sumamente cuidadas, proezas técnicas de aplauso. Pero tuvimos que conformarnos —así son las cosas en los tiempos del COVID— con ver una producción de factura musculosa en las pantallas de nuestras casas, o en nuestras computadoras o celulares. El estreno en Disney+ en vez de las salas de cine nos arruinó Mulán. Y claro, podemos ser comprensivos: la película se tenía que estrenar este año, tenía que encontrar una forma de capitalizarse, de buscar un nuevo modelo de negocio. En serio, lo entiendo. Debe ser muy difícil para un estudio detener el flujo de contenido. Pero eso no quita el hecho de que nos sirvieron una película para pantalla grande a través del canal equivocado. Lo que vemos es apenas un desdibujo del trabajo del equipo de Niki Caro. Así las cosas.
Aun siendo una pieza evidentemente menor a su original animado, me parece que la nueva Mulán sí tenía algo que ofrecernos en términos de experiencia: una dirección de arte lujosa, escenarios impresionantes, escenas de pelea construidas como híbridos de dos tradiciones, porque las batallas son una mezcla entre el ‘efectismo’ de Hollywood y el ‘coreografismo’ del cine de artes marciales chino, si se me permite la palabreja.
Mulán encontró su salida y llegó a nuestras miradas, es cierto; la película cumplió con su cometido comercial; fue estrenada con la venia corporativa… pero los que salimos perdiendo fuimos los espectadores. Contenido hay, y mucho, en cada vez más plataformas. Pero «experiencias» no hay tantas ahora mismo. Si algo aprendí de ver Mulán en formato doméstico es que necesito ver en pantalla grande las películas que fueron pensadas para ese formato. Qué increíble, ¿no?, que una película pensada para desorbitar tus ojos y mantenerte pegado a la silla te haga parpadear o levantarte a meter una carga de ropa en la lavadora.
Las críticas grises o malas que ha recibido Mulán no me extrañan ni un poco. Tampoco me parece raro que el público diga «meh» o «equis» ante una película que pudo haber lucido sus atributos plenamente en el escaparate correcto. Pero bueno, agradezcamos en parte al COVID, en parte a las decisiones ejecutivas (que no deben ser fáciles de tomar en escenarios inéditos).
Mulán cuenta la historia de una joven (encarnada con entereza por Yifei Liu) que siente que no encaja en su mundo, donde la única expectativa para una mujer es honrar a su familia casándose bien. Cuando la guerra se cierne sobre el reino, todas las familias deben aportar un hombre para la batalla. El único hombre la familia de Mulán es su padre, pero está viejo y enfermo. Es así que Mulán decide tomar su lugar y sumarse a la batalla, pretendiendo ser un chico. Vaya, la historia seguro que ya la conoces.
La cineasta Niki Caro (cuyo magnum opus sigue siendo La leyenda de las ballenas de 2002) entrega su lectura desprovista de comedia (lo que implica la supresión o modificación de los personajes graciosos de la versión animada) y convierte la aventura en un relato épico y de aventuras, una película de guerra, de maduración y de autoconocimiento. La nueva versión gira en torno a la verdad y su relación con el honor. Si bien el guion es un camino empedrado e imperfecto, si bien algunas analogías visuales/fantásticas se sientes sobradas (v. gr. el ave fénix), Caro consigue articular una pieza de entretenimiento con buena constitución. No estaba destinada a ser un clásico de la pantalla grande, pero tampoco una pieza más en la avalancha del streaming.
Vale la pena ver Mulán, creo yo. Pero también sirve que le adviertan a uno sobre lo mucho que pierde la película en pantallas chicas. Ahora mismo lo que necesitamos es que Fa Mulán tome su espada y se la clave a esta cuarentena eterna por todos los agravios contra su película.