Uno de los momentos más excitantes en la evolución del cine llegó a mediados del siglo pasado de mano de un grupo de críticos de cine. Descubre con TOPCINEMA el impacto de la Nueva Ola (Nouvelle Vague) del cine francés.

En Francia puedes tomar a juego todo menos el cine. En el territorio galo de la postguerra, la fascinación por la gran pantalla seguía siendo un hábito casi religioso; sin embargo, las películas de época y grandes producciones carentes de vuelo habían mermado de forma constante el cine francés.

Por aquellos días, un grupo de periodistas se animaron a romper moldes. Si el cine se había aburguesado y había dejado de lado las historias reales, ¿qué podrían hacer para darle una nueva ola de frescura a la producción fílmica en Francia?

La revista de critica cinematográfica Cahiers du Cinema, que encabezaba el critico André Bazin, se dedicó a darle al cine un enfoque mucho más social, tratando de dejar de lado la burguesía e intelectualidad que tenían diversos autores de la época, haciéndolo incluso más consciente de su medio social, naturaleza y mucho más práctico.

Bazin lideraba a un grupo de jóvenes e inquietos periodistas que estaban fascinados por el trabajo de Alfred Hitchcock, Howard Hawks, John Ford y Orson Welles, entre otros, que en tierras galas no eran precisamente apreciados; por lo cual, chicos como Jean-Luc Godard, François Truffaut, Eric Rohmer, Claude Chabrol, Agnés Varda y más, dejaron la pluma de lado y tomaron cámara para poder llevar a la gran pantalla los conceptos que habían plasmado en su revista.

La Nouvelle Vague, nacida en 1959 con la cinta El Bello Sergio de Claude Chabrol, basa sus grandes fortalezas en crear un cine más accesible, caracterizado por ser más real, fresco y con presupuestos mucho más austeros que el cine francés que era popular en esos días.

Muchas de sus grandes virtudes nacían de la frescura de sus creadores. El cine antes basaba su éxito en las ventas y entradas, este concepto revolucionario dio más notoriedad a los directores, que conscientes de su formación como críticos de cine, dieron suma importancia al uso de recursos como el jump cut, los planos secuencia y la improvisación, todo preferiblemente en planos abiertos.

Incluso una de sus grandes bondades fue la reducción de gigantescos presupuestos por unos mucho más asequibles. La simplicidad técnica gracias al uso de la cámara de mano, cámaras ligeras y el sonido ambiente hicieron que los filmes se caracterizaran por su libertad, improvisación y mucho ahorro de trabajo en estudio.

La revolución de ideas que acababa de nacer tuvo en los críticos del Cahiers du Cinema a sus exponentes más sólidos, destacando entre todos Jean-Luc Godard: el parisino de a poco logro forjar una reputación como deidad del género, resaltando sus conceptos claros en evolución narrativa, ideas sociales, políticas e incluso visuales, destacando con voz propia su gama de estilos desde el homenaje al cine americano, su voz de propaganda, y como un genial videoensayista que en la actualidad pasa los 90 años.

No menos importante fue la labor de François Truffaut. Si Godard fue el rockstar del movimiento, Truffaut pulió las formas más intelectuales. Su cine, siempre cargado con mucha de su emotiva historia personal, nos muestra una peculiar preocupación por los desamparados, siempre buscando resarcir las infancias complicadas; además de ser un dedicado director y guionista, su trabajo como escritor ha sentado las bases de las escuelas de cine moderno.

El libro El cine según Hitchcock, en el que recoge una serie de entrevistas con el autor británico Alfred Hitchcock, sentó las bases para este juego llamado cine. Lo mismo aplica para sus documentos visuales como su entrevista con el director Fritz Lang. Truffaut es sin duda el cerebro de la Nouvelle Vague.

Los 400 golpes de Truffaut, Sin aliento de Jean-Luc Godard, Hiroshima, mon amour de Alain Resnais, Una mujer es una mujer de Godard, Cleo de 5 a 7 de Agnés Varda, La coleccionista de Éric Rohmer… todos estos filmes tuvieron a grandes actores que con su espontaneidad y libertad dotaron de talento al movimiento, siendo su espontaneidad, improvisación y chispa la llama de la Nouvelle Vague, haciéndolos símbolos de la sociedad francesa de los años sesenta y setenta.

Nombres propios sin mucha experiencia como el de Anna Karina, Jean-Paul Belmondo, Jean Pierre Léaud o Jean Seberg, entre otros, lograron con sus interpretaciones ser íconos del chic francés. Su libertad, su capacidad de adaptación y ante todo su naturalidad los hacen ser aún en nuestros tiempos musas de la historia del cine.

La Nouvelle Vague, movimiento nacido en Francia a mediados del siglo XX, más allá de ser una respuesta al letargo del cine francés, trascendió como un estilo que defiende la libertad de autoría sobre los grandes presupuestos, un corte más humano, realista y fresco sobre los fastuosos clásicos y, sobre todo, una revolución que marco no solo una moda, sino una nueva visión social gracias a la juventud francesa.