★ ★ ½ | Por Arturo Garibay

Oliver Twist, la novela original de Charles Dickens, cuenta la historia de un huérfano que, tras su paso por un orfanato, debe afrontar la dura realidad de la pobreza citadina, uniéndose a una pandilla de ladronzuelos sin hogar. La nueva y estilizada Twist, por su parte, deslava toda consigna social del relato Dickens para contarnos la historia de un grafitero huérfano con altas dotes artísticas, quien se suma a una banda de criminales con ondita, junto a los cuales cometerá un robo en el mundo del arte.

La reinvención de los clásicos no es algo nuevo. Por ejemplo, Se dice de mí (Easy A, 2010) es una lectura singular de La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, mientras que 10 cosas que odio de ti (Ten Thing I Hate About You, 1999) es un replanteamiento rom-com de La fierecilla domada de Shakespeare. Todo se vale. En Twist vemos el intento del director Martin Owen y de casi un ejército de guionistas por darle un giro fresco a la ya citada Oliver Twist. El resultado es una película muy dinámica y entretenida, pero también trivial y convencional.

Twist es protagonizada por Raff Law, el hijo de Jude Law que en varios planos y ángulos grita su filiación genealógica. Raff tiene bastante carisma, se le nota a cuadro, donde también se le nota que es un actor en formación. Unas por otras, aunque francamente me parece acertado haber apostado por una cara nueva y prometedora. Al joven Law se suman dos experimentados tótems: el genio Michael Caine y la mujer implacable por antonomasia, Lena Headey.

En términos de manufactura, Twist apuesta por el estilo del cine británico indie de los años 90 y todos sus vástagos: es decir, la herencia de Guy Ritchie se nota un montón en el manejo de la cámara, las decisiones estéticas y de montaje interno. En general, Twist es colorida, dinámica y visualmente generosa. Casi como si tratase de compensar sus deficiencias argumentales… o su falta de carnita dramática, vaya.

Lo anterior incide en que la película, a pesar de los momentos bien logrados con la cámara, del look and feel tan coreográfico y estilizado, se sienta televisiva cuando se trata de lo que la trama propone, de lo que el guion tiene qué decir. El parkour y el grafiti no son suficientes si el objetivo es articular una versión atrevida del clásico original. Porque la esencia de las cosas no está solo en la forma, sino en su comunión con el fondo.

Es una pena, sobre todo porque en serio que la peli es entretenida. Pero eso no basta. En un género tan cinematográfico como el de las películas de estafa, Twist se queda a media ruta entre lo artificiosamente cool y lo rotundamente genial. Esto es como un Ocean’s Eleven juvenil a medio cocinar, un The Bank Job al que le falta corpulencia.

Lo que sí no tiene fallas es la banda sonora, de perfil híper británico y que incluye temas de The Vaccines, The Zutons, The Fratelis o Kasabian que apoyan muchísimo el ritmo del relato. Incluso «Flame», la canción de los créditos finales cantada por la co-estrella del filme Rita Ora levanta un cierre que no cumple del todo con lo prometido en el arranque de la cinta, cuando el protagonista infiere en off que en esta versión de la historia no habrá un final feliz. Y bueno, tampoco es que tenga un final tráfico.

Okay, ya sé que en este punto parece que le pegué a Twist por todo lo bajo. Quiero reiterar que me parece una película muy entretenida, muy palomera; te prometo que no te va a aburrir. Lo que me deja con el saborcillo amargo es la oportunidad perdida. Oliver Twist de Dickens tiene todo para ser objeto de un tratamiento moderno que apueste por la entretención pero que también diga algo sobre lo que somos socialmente, sobre dónde está la juventud hoy, sobre las puertas y ventanas del crimen juvenil, sobre nuestra sociedad alienante e indiferente hacia el otro. Pero bueno, Twist es sobre destellos y tretas, sobre acrobacias y acción criminal accesible.


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