Monster Hunter: La cacería comienza es todo lo que puedes esperar de la adaptación de un videojuego al cine. Para bien y para mal. La transición entre lenguajes de un medio a otro nos ha dado más desilusiones que alegrías. En el caso de Monster Hunter, lo que obtenemos es una aventura estridente y entretenida en partes, no del todo memorable por apostarle más al efectismo que a la emoción.

La capitana Artemis (Milla Jovovich) comanda una célula de militares altamente entrenados en una misión de rescate tras la desaparición de unos soldados. Empero, la capitana y su equipo serán transportados por un misterioso portal a un mundo paralelo al nuestro. En ese «nuevo mundo» tendrán que enfrentarse a monstruos gigantes y letales.


En este tipo de adaptaciones casi siempre hay algo que se pierde en la transición entre ambas realidades audiovisuales. Y ese algo suele impactar, primero, a los personajes. Solo piénsalo: cuando juegas un videojuego el personaje eres tú, porque sin importar si el nombre es Kratos, Alucard, Dante o Master Chief, tú estás al mando y tienes el control. Mientras estás al mando, el personaje es casi como un alter ego, algo de lo que te apropias y con lo que haces comunión total.

No es accidente, por tanto, que las mejores películas de videojuegos al día de hoy sean las que precisamente se han separado de eso; es decir, las que han apostado por el desarrollo o construcción de personajes en los términos que el cine reclama, como pasa en Sonic: La película (2020), Detective Pikachu (2019) o la saga Resident Evil (2002-2016). Allende el sentir del gamer recalcitrante y siempre inconforme, si algo tienen en común las tres piezas recién citadas, es que sus personajes principales presumen una identidad propia y reconocible en lo cinematográfico. No son solo iteraciones ni extensiones de sus identidades «videojuegueras», tampoco son llanas derivaciones o creaciones facilonas. Hasta parece que el truco está en lograr existir en lo fílmico con voz propia y por justo derecho.

Monster Hunter hace la lucha en ese sentido. Lo que interfiere entre el intento y el éxito es que se invierte poco tiempo en el desarrollo de personajes, en darles una dimensionalidad que haga que legítimamente nos preocupemos por ellos. Estos personajes son, en el mejor de los casos, carne de cañón en un espectáculo lleno de rugidos, monstruos feos y efectos convencionales.


Por otra parte, la estética de la película apela en exceso al tono y presentación de los videojuegos. Al menos para mí, no hay cosas más sosa que ver algo que parece un videojuego y no poder tomar el control. Porque Monster Hunter, más que una película, parece un videojuego que no trae control incluido. Al ver las acciones de los personajes en pantalla uno piensa en términos de triángulos, círculos, cuadrados y cruces, pero sin poder participar activamente en el resultado. Más que frustración, a mí eso me causó a veces distracción y desapego.

Con todo y lo palomera de la experiencia, la verdad es que es fácil desilusionarse o quedarse en el «meh» si consideramos que la dupla estelar ya antes nos dio mucho entretenimiento efectivo en esta misma trinchera con sus seis Resident Evil. Pero ni la actriz Milla Jovovich ni el director Paul W.S. Anderson bastan. En esta peli hay mucho ruido y pocas nueces. Es más, incluso sus ánimos de franquicia tan evidentes —y patentes en el final de la película— rayan en la obviedad chocante.

Si se trata de ver monstruotes y acción inconsecuente,
encontrarás satisfacción. Pero si buscas un extra, lo siento mucho, porque lo único que querrás encontrar es el momento en que aparecerá el «game over».