★ ★ ★ ★ | Por Arturo Garibay
TITANE hace justicia a su título. Exige que tengas estómago de titano, resistente a la corrosión audiovisual. La cineasta Julia Ducournau vuelve a ponernos en la sien su revólver fílmico… y jala el gatillo sin temor. Es en serio: TITANE me ha dejado una arruga mental que nunca, nunca podré planchar. Es alucinante, la droga dura cinematográfica de 2021. Desde ya, un título para el almanaque fílmico, con cualidades de obra de culto.
Alexia sufrió un accidente de coche cuando era niña, por lo que tuvieron que ponerle un implante de titanio en el cráneo. Ahora se dedica a bailar sensualmente encima de automóviles. Un acto sexual amorosamente salvaje, un beso no pedido y una dinámica familiar marchita lanzarán a Alexia en una vorágine asesina mientras un padre busca a su hijo desaparecido.
La lujuria –carnal, automotriz y plásmica– es el combustible de TITANE, que corre como un bólido sin líquido para los frenos. El choque demoledor con la retina de los espectadores es inevitable. Rebosante de sangre y violencia explícita, TITANE es una pieza inventiva y sin ataduras. Todas sus imágenes están contenidas entre signos de exclamación: el sexo, la violencia, la venganza, la emoción, el desconcierto… todo es llevado hasta la hipérbole.
Al mismo tiempo, TITANE ofrece la experiencia de una película de maduración bañada en ácido, un drama filial o un thriller erótico, todo pasado por el tamiz del body horror. Ducournau establece sus propias reglas, en su diégesis fílmica todo es posible. Seducción y repulsión, amor y odio, piel y metal… el relato de TITANE tiene una factura binomial. En sus entrañas, un motor no deja de rugir. De cierto modo y mientras veía la película, de pronto revivía aquella inquietud que sentí cuando vi Crash de Cronenberg en 1996.
La onda de choque de TITANE es también producto de su trabajo visual. Cuando forma y fondo están desconectados, las imágenes explícitas se vuelven puro efectismo vacío. Pero eso no le ocurre al filme de Ducournau. Tuerca y tornillo están enroscados con fuerza. El trabajo de la cámara de Ruben Impens (un cinefotógrafo al que no se le ha ensalzado lo suficiente) y el diseño de producción de Laurie Colson y Lise Péault contribuyen a los retortijones que sentirás en la parte baja del estómago, a que quieras desviar la mirada… pero no puedas, porque tus ojos ya estarán sometidos a la potencia del filme.
Además, no puedo ni quiero cerrar este texto sin aplaudir de pie el trabajo de las dos cabezas del cartel: Agathe Rousselle es fulminante, sus miradas y silencios taladran hasta el concreto; mientras que Vincent Lindon –cuya fortaleza física ya era conocida– consigue elevar su propia vara, que ya era muy, muy alta. Tremendos. Con sus personajes, nos ratifican de la manera más jodida posible que siempre hay un roto para un descocido.
Ha sido difícil escribir esta crítica. He releído mis palabras y, aunque son efusivas, tienes que saber que me he estado conteniendo todo el tiempo. Hay mucho sobre lo que quiero escribir pero cada cosa, cada detalle, puede ser un spoiler en potencia. Y lo que quiero es que cuando veas TITANE te pase como a mí: que no puedas escapar de la aplanadora, que no puedas medir los alcances de Ducournau. Sábete de una vez que la cineasta no tendrá concesiones contigo. Va directo por tu yugular y por las cuencas de tus ojos.
TITANE fue la película ganadora del Festival de Cannes y tuvo su estreno en México en el 19° FICM.
La cinta se estrenará en México gracias a Cine Caníbal.
Sigue nuestra cobertura del Festival Internacional de Cine de Morelia aquí.
Texto de Arturo Garibay para TOPCINEMA | COBERTURA ESPECIAL
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