★ ½ | Por Arturo Garibay

El cine de posesiones demoniacas funciona con una mecánica muy concreta. Para articularlo necesitas un exorcista y un poseído. El juego del gato y el ratón se circunscribe a lo divino, al pecado, a la tentación, a la profanación. Y huelga decir que es muy fácil malograrlo. En EL EXORCISMO DE DIOS del venzolano Alejandro Hidalgo encontramos una película materialmente correcta —los ingredientes están ahí—, incluso con cierta propuesta en su recta final; es más, hay un evidente conocimiento del género… pero también descubrimos una cinta discursivamente cuestionable, que se enreda en su propia bipolaridad: quiere ser provocadora y comedida a la vez.

Michael (Will Beinbrink) es un cura estadounidense que trabaja en una comunidad pobre de México. Los campesinos, las amas de casa y los niños lo adoran como un santo. Y el héroe se comporta con una condescendencia velada o pasiva, como lo quieras ver. Durante un exorcismo, algo sale mal: Michael queda marcado por los eventos que ocurrieron durante su enfrentamiento con un demonio implacable. Años después, aquellos eventos indecibles regresarán para atormentarlo y cuestionar su “santidad” pública.

Quiero empezar con lo que creo que está bien logrado en la película: EL EXORCISMO DE DIOS utiliza el recurso del jumpscare (el susto por impacto o sorpresa) como su principal materia prima. El jumpscare llega a ser, incluso, un catalizador de la narración. Esto puede parecer poca cosa, pero no lo es. Para muchos, el uso del jumpscare es barato, simplón e incluso perezoso. Se dice que, de manera artificiosa, hace reaccionar al espectador. Lo asombroso es que en EL EXORCISMO DE DIOS se siente pertinente y deliberado.

El exorcismo de Dios

La pieza de Hidalgo integra el jumpscare como parte de su sistema nervioso central, de su identidad narrativa. Su uso es tan constante, que se vuelve la columna vertebral del filme. Y, además, está bien hecho: tienes garantizado que estarás saltando de tu asiento y escucharás chillidos de la audiencia constantemente. Vaya, en términos de técnica, la cinta es un divertimento.

En constraste, el uso recurrente del jumpscare incide negativamente en el factor “miedo”. Porque una cosa es que te asusten y otra que una película te provoque miedo. El miedo se te pega, te desconcierta, te inquieta y te desarticula durante una proyección. Aquí no pasa nada de eso, solo tendrás sustos recreativos y nada más. Con eso basta para entretenerte, cierto, pero también queda claro que es una película más efectista que emocional. En fin, esto es una cuestión de intenciones. Si así lo quiso el realizador, se salió con la suya.

En el terreno interpretativo comenzamos a encontrar los claroscuros. Hidalgo no logra cuajar su dirección de actores. Por un lado, encontramos a un Beinbrick, a una Irán Castillo, a una María Gabriela de Faría o a un Héctor Kotsifakis que entregan lo que la película y sus personajes están solicitando, son convincentes y coherentes con el tono general del relato. Pero, al mismo tiempo, nos encontramos un Joseph Marcell emocionalmente disparado, inverosímil y sobreactuado, totalmente desconectado de la ecualización del resto del reparto. Igual va para los niños de la película, que le profesan al padre Michael un “amor” panfletero, telenovelesco, y que tienen una escena de llanto colectivo donde no se les cree ni el salmo de la hojita parroquial.

Hasta aquí, digamos que todo ha sido pecatta minuta. A mí donde la película me perdió fue en la parte discursiva. En EL EXORCISMO DE DIOS encontramos una serie de cosas súper chocantes: La efigie tan desgastada del estadounidense redentor; la satanización de lo femenino —las personas poseídas son todas mujeres y se dedican a atormentar al macho cisgénero que está al servicio divino—, la demonización del cuerpo —al ser poseídas, las mujeres deciden ejercer su sexualidad— y otra sarta de desatinos. Y todavía me falta lo peor.

El exorcismo de Dios

En la cinta, el argumento dispensa a un sacerdote violador de toda resposabilidad porque estaba poseído por el diablo. ¿Es neta? El varón es una víctima de las circunstancias, de la maldita turgencia de los pechos femeninos, de la belleza incitadora de la hembra. “El diablo me obligó a hacerlo” es la metáfora recurrente en las narrativas de la violencia de género. En EL EXORCISMO DE DIOS, el hombre no es, en última instancia, culpable del abuso sexual. El personaje principal se culpa, claro, pero sin mucha convicción, además de que el entorno constantemente le dice: “no fue culpa tuya, fue el diablo”.

En el aquí y el ahora, ya no son tiempos para esas narrativas. Pa’ colmo, la víctima de la violación perdona al cura en una escena casi en plan de “yo me lo busqué, tú eres pura nobleza, güerote”. No, no, un auténtico numerito. Ah, y acabo de acordarme de los comentarios de racismo pasivo-agresivos de la película que estás disfrazados dizque de humor sarcástico. Pffft. Entre más la reflexiono, más me doy cuenta de que no compartimos casi nada. Y me choca porque me gusta que me guste el cine de exorcismos. Pero hay cosas con las que no puedo conectar, ni de pedo.

Eso sí, como en toda buena narrativa de terror religioso, el tercer acto es de la redención. Hidalgo lo intenta, hasta le da al género un twist interesante pero que no es suficiente para salvar su película. El cineasta filma una escena que podemos describir como el negativo fotográfico de un exorcismo. El ejercicio es interesante. Y justo cuando parece que va a sacar la pieza a flote, EL EXORCISMO DE DIOS vuelve a hundirse en cuanto regresa a sus necedades discursivas. Incluso su crítica a las instituciones parece forzada, es una obviedad. Si la intención era “poner un dedo en la llaga” o ser incómodo, ha fallado. Su psedo declaración de principios es fofa y negligente.

Para cerrar el texto y como si tuviese línea directa con el creador de todo lo que existe, he de confesar que mientras escribo suena aquella canción de Ricky Luis que decía: “El diablo anda suelto, ella lo trae adentro”. No suena por casualidad. La he puesto a propósito. Los paralelismos son tantos que me ha servido como banda sonora ad hoc. Hasta los críticos necesitamos inspiración. Lo malo es que he terminado por darme cuenta de que la canción de Ricky Luis sí me provoca escalofríos genuinos.

Ahí les dejo una estrella y media por los puros jumpscares muy bien dominados y la batalla exorcizadora del final. Y ya, no hay más qué ver.


EL EXORCISMO DE DIOS ya está en cines. Un estreno de Imagem Films.

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Crítica por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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