★ ★ ★ ★ | Por Arturo Garibay

Qué película tan linda ha firmado Kenneth Branagh. BELFAST es personal, ligera, agradable. El cineasta irlandés, que ha experimentado de todo en su filmografía —desde sus icónicas adaptaciones shakesperianas hasta el cine de superhéroes, pasando por la comedia o el suspenso— apuesta ahora por un relato que es directo y preciosista en igual medida. BELFAST, claro, tiene la constitución de una película de “temporada de premios”, con todo lo bueno y lo malo que viene con tan aciaga etiqueta.

A finales de la década de 1960, Irlanda vive días tumultosos y complejos. La sociedad está dividida; la economía es errática. Justo en ese momento es en el que al pequeño Buddy (Jude Hill) le ha tocado crecer. El chico vive con su madre (Caitriona Balfe), su hermano (Lewis McAskie), su padre (Jamie Dornan) —que se ausenta constantemente debido a su trabajo— y sus abuelos (Judi Dench y Ciarán Hinds). Buddy juega en calles que transpiran la violencia de la tensión social; está enamorado de una chica de la escuela; y apenas ha empezado a reconocer su entorno como propio.

Valga abrir aquí un espacio para hablar del panteón histriónico de BELFAST. Branagh es actor y eso se ha notado siempre en el trabajo con sus elencos. Del debutante Hill a los consagrados Dench o Hinds, es evidente el trabajo de ecualización, así como el entendimiento entre realizador y actores. El tono es compartido por todos. Ver a este reparto trabajar es un deleite. La ejecución al estilo slice-of-life funciona de apertura a cierre.

Filmada en un blanco y negro bellísimo —y preciosista, es cierto, pero no hay que dejar pasar de largo que es una cinta vista a través del prisma de la inocencia, la nostalgia y la añoranza—, el filme de Branagh se enaltece visualmente gracias a la cámara de Haris Zambarloukos, el cinefotógrafo chipriota que la Academia dejó ir sin nominación por este hermoso trabajo. BELFAST nos muestra así un pasado teñido de romanticismo, una película donde el recuerdo de una infancia arropada por el manto familiar te lleva a idealizar lo bello y, al mismo tiempo, a amortiguar lo atroz.

Lo mismo aplica para la dirección de arte o para el cancionero del filme. En serio, BELFAST es una película bella, de hechura elegante. Y es, también, un crowdpleaser (una película que satisface al gran público) de diseño. Como ya lo he comentado, en el filme de Branagh las bendiciones también son maldiciones. Pero quizás el peor lastre que debe cargar BELFAST sea el de sus nominaciones y premios.

Lo que sucede es que la BELFAST de Branagh es la clase de película dulce y satisfactoria que resulta perjudicada por las narrativas triunfalistas y ensalzadoras de las temporadas de premios. Entre tanta loa, luego ocurre que se espera que estas películas sean cosas que no son; deben cumplir con las expectativas del crítico o del cinéfilo intransigente, se vuelven poca cosa ante el público más feroz. Pero no es obligación de BELFAST ser una radiografía salvaje de la vieja Irlanda. Branagh hace su propuesta y, creo, su pieza ha estado siendo tratada de manera injusta por quienes esperan del filme algo que nunca pretendió dar.

Así que si quieres disfrutarla de verdad, tienes que sacudirte las artificiosas etiquetas que los departamentos de marketing se inventan para encumbrar las cosas a nivel Oscar. A BELFAST hay que gozarla como la comfort movie que es. No es ni más ni menos que eso. Y sí, es cómodamente una de las mejores de su clase en este momento.

Te recomiendo BELFAST. Es un relato sobre las cosas aparentemente insignificantes que nos hacen ser y pertenecer, pero que luego pasamos por alto debido a las estridencias del entorno. Es también un relato sobre la familia, con sus claroscuros, sobre el futuro y el pasado, y sobre las rupturas de la infancia. Que Branagh no haya apostado por un tono derrotista, abrumador o miserable, no debería ser un argumento para vilipendiarla. ¿Desde cuando la mirada ingenua de la infancia ha quedado devaluada?


BELFAST es un esteno de Universal Pictures/Focus Features. En cines de nuestro territorio desde el 10 de marzo.

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Crítica por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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