★ ★ ★ | Por Arturo Garibay

El regreso al Wizarding World tendrá dos tipos de espectadores. Por un lado, estarán aquellas personas que le han invertido su tiempo y su pasión al universo creado por J. K. Rowling. Para ellos, creo que ANIMALES FANTÁSTICOS: LOS SECRETOS DE DUMBLEDORE será una película de cuatro o cinco “estrellas”, un sueño cristalizado en la pantalla.

Luego estamos los mortales de a pie, los que vamos al cine porque nos gusta el ritual fílmico, los que amamos las historias de fantasía y que, muy probablemente, en su momento disfrutamos mucho del octeto original de Harry Potter, pero que también admitimos que no somos fans recalcitrantes. Para nosotros, el flamante filme dirigido por David Yates será, en el mejor de los casos, una película de tres o tres y media “estrellas”. No más, o tal vez menos.


Ocurre pues que la franquicia mágica ha dejado de ser un relato universal para convertirse cada vez más en un producto de nicho. La tercera pieza de ANIMALES FANTÁSTICOS —que, curiosamente, ha sido mi favorita al momento dentro de este arco narrativo— así lo demuestra. Mientras el público versado en la mitología rowlingiana se derrite durante la proyección, el resto nos sentimos por momentos más confundidos que comprometidos. Entendemos de qué va el relato, pero no entendemos la razón de ser —la razón cinematográfica, quiero decir— del 70% del material en pantalla.

Si algo salva a LOS SECRETOS DE DUMBLEDORE es precisamente el enigma que rodea al icónico mago. El filme hace una promesa romántica en su primera escena y, en desde ese momento, la única línea argumental del filme que funciona sin cuestionamientos es la de Dumbledore y Grindelwald.


Eso no es resultado de la compleja mitopoiética que los rodea, sino de algo más sencillo y directo: el amor es un tema universal. No hace falta un glosario para entenderlo. Desde que vi la película no he dejado de pensar en qué cosa más fantástica hubiera sido este filme con una narración más directa y desnuda, una película sin Scamander ni el resto de la camarilla tratando de justificar su tiempo en pantalla: solo Jude Law y Mads Mikkelsen construyendo dramáticamente a los únicos dos personajes que realmente aportan emoción y significado (y razón de ser) esta superproducción llena de imágenes preciosas pero recurrentemente vacías.

En fin, que ANIMALES FANTÁSTICOS: LOS SECRETOS DE DUMBLEDORE sí es una película entretenida, hasta importante dentro de la mitología del Wizarding World, pero eso no le alcanza para convencer de cabo a rabo. Es, más bien, una película de intermitencias: con momentos que valen oro y otros que son para el más total de los olvidos. En serio, si no me someto a un «encantamiento desmemorizante» es por las escenas de Dumbledore y Grindelwald. El amor lo salva todo… y ha salvado a ANIMALES FANTÁSTICOS.


ANIMALES FANTÁSTICOS: LOS SECRETOS DE DUMBLEDORE es un estreno de Warner Bros. Pictures. Ya en cines.

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Crítica por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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