Hacer cine contemplativo tiene su chiste. No basta con poner en cualquier lado la cámara y solo observar. También hay que tener intención, idea y, por supuesto, algo valioso qué contemplar. El realizador argentino Eduardo Crespo lo demuestra en LAS DELICIAS, su flamante documental que forma parte de la competencia del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG 37), donde la obra tuvo su ansiada premiere latinoamericana.

En LAS DELICIAS, Crespo nos adentra en el internado epónimo, ubicado en una zona rural argentina. Con mucha naturalidad, el cineasta se invisibiliza a sí mismo y le entrega la sutil potencia conductora de su película a los niños que protagonizan (y llenan) la pantalla. Sin estridencias ni aspavientos, encontramos una película con claridad de propósitos, envolvente bajo sus propios términos. Diríamos que es transportadora, porque nos lleva a “Las Delicias” para contarnos una historia de bondad y maduración a través de un personaje colectivo.

En TOPCINEMA nos dimos a la tarea de charlar con Eduardo Crespo sobre esta pieza observacional que declara que no es el ritmo ni son los artificios del filmmaking los que pueden atrapar al público: basta conque la cámara mire exactamente a donde se le reclama.

¿Desde un principio ideaste que tu documental sería una pieza contemplativa, que ibas a “camuflarte” como realizador para privilegiar la contemplación del público?

Creo que cuando hice LAS DELICIAS, yo ya venía peleado con la idea del cine que busca imponerse a los espectadores e imponerse en su realización. Algo que me parece muy violento de cierto cine documental es que llega a los lugares a imponer lo que hay que hacer para que la película funcione. Así que, peleado con esa idea y peleado con la violencia que se desata en los sistemas de producción que son todos verticalistas, fue que la película tomó su forma.

Yo trabajo en una asociación de cine en Buenos Aires que se llama “Colectivo de Cineastas”, que buscamos una horizontalidad, un trabajo colectivo. Eso que trabajo en la asociación es algo que quería que estuviera en la película, que fuera congruente con eso.

Cuando llegué al lugar donde ocurre la película, pensé que también podía ir a filmar ahí como si fuera una especie de retiro espiritual. Y encontrar una película que fuera contemplativa, que no fuera impositiva; no ir yo con la idea de la película, sino ir a buscarla y encontrarla en ese espacio.

Sí, hay una contemplación, pero también creo que hay algo de la escuela, del internado, de su fucionamiento, que hace que se arme la narración sola, que el documental también sea narrativo. Te diré que siento que entre los niños y yo íbamos encontrando la película, eso era muy lindo. Entendí que ellos además estaban aprendiendo cómo se hace una película.

Mi idea era algo muy primitivo. Estaba yo solo, con la cámara. Era como volver a foja “cero” y decir: “¿qué es el cine, dónde está el cine?” Y, finalmente, aparece el cine. De alguna manera, yo había perdido la fe en eso. Pero en lugares como ése… ahí está el cine.

¿Cómo fue que encontraste el internado “Las Delicias” y cómo te diste cuenta de que ahí había una película latente, que estaba esperando salir?

La escuela queda muy cerca del pueblo donde yo nací, en una zona de campo, lejos de la ciudad. Como “Las Delicias” estaban tan cerca, era un lugar que —cuando era chico— se visitaba, porque había animales y los niños; pero también era una suerte de amenaza constante: un temor de la niñez, porque cuando te portabas mal, los padres te decían: “te voy a mandar a ‘Las Delicias'”. Así que era un lugar que conocíamos muy bien [risas]. De niño, la pensabas como una especie de cárcel pero en un tono más amable.

Ahora, cuando fui a hacer el documental, yo esperaba encontrarme con un lugar más violento, porque conviven niños de 11 hasta 18 años. Esperaba historias de abuso, de imposición de poder, de aleccionamiento… pero, creo que yo también tuve que hacerme ciertas preguntas, como “¿qué es lo que realmente me interesa mostrar? ¿A qué he venido a este lugar?”

Todo mundo habla de la violencia todo el tiempo, se muestra diario en la televisión, está siempre presente en el cine. Y yo digo: “¿por qué se busca mostrar tanta violencia en el cine latinoamericano, sobre todo?” A mí no me interesa mostrar eso, no estoy en esa búsqueda. Lo que me interesaba era la bondad del ser humano. Entonces fue que encontré eso en los personajes de LAS DELICIAS. Y supe que la película tenía que ir por ahí, fue una experiencia muy linda, de desaprender y aprender de vuelta a filmar.

Las líneas argumentales individuales son como hilos que telen un personaje colectivo...

Coincido. Filmé muchísimo, pero había niños que tenían más pregnancia con la cámara. Ahí fueron apareciendo estos personajes que tienen una línea argumental un poco más detallada. Pero también me pasaba que si un personaje iba ganando protagonismo, entonces ese personaje empezaba a comerse algo de la película que, finalmente, tenía que ser algo colectivo, que tenía que ver con el internado y no con lo que le pasaba a solo un niño.

Me gustaba la idea de que todos los niños cuenten o relaten una misma sensación: de estar en la escuela, de estar abandonados por el Estado, un lugar donde se mezcla la inocencia de los niños del campo con la picardía de los niños que han sido expulsados de otras escuelas y son enviados a “Las Delicias” como castigo. En la película vemos a los niños ayudándose unos a otros a crecer.

Con la montajista, con Lorena Moriconi, trabajamos para que ningún personaje se volviera tan grande como para perder el sentido de la colectividad. Hubo prueba y error, hasta que en el montaje fue apareciendo la película.

Filmaste a lo largo de tres años, ¿cuántas veces visitaste “Las Delicias” en ese tiempo?

Tampoco es que fueran tantas veces. De pronto iba al pueblo a visitar a mi madre, le pedía el auto e iba a filmar. Creo que las películas son un poco eso: los lugares a donde uno quiere ir, con quién quieres compartir el tiempo. Me parece que los proyectos se arman así. Por situaciones personales, de pronto era buena idea volver a casa, conectar más con el lugar y poder ir a filmar. Era renatural y orgánico.

Ya mencionaste que en la película vemos a los chicos ayudándose unos a otros a crecer. En la industria del cine hay un término para películas así: “coming of age”. ¿En algún momento en el proceso de hacer la película llegaste a pensar en tu película como una variación o lectura personal de esa noción?

Sí, pero no lo pensé ahí, mientras la hacía. Me gustaba la idea de romper con líneas establecidas, porque de pronto uno se siente medio “acorsetado”. Las películas están entrando en un embudo que hace que todas se parezcan, que tengan el mismo formato. Todos quieren entrar en ese circuito. Pero yo no tenía ninguna presión ni estaba atado a nada. Entonces, ¿por qué iba a tener que hacer eso, repetir formatos?

Aproveché para pensar en otra forma, a jugar de otra forma. Hay otra sensibilidad donde yo nací y crecí. Esa sensibilidad quería trasladarla al cine también. De lo contrario, empezamos a hacer un cine de escuela de Hollywood, de escuela europea… Estamos muy contaminados en Latinoamérica con un montón de cine de afuera, y me gusta creer que tenemos que buscar nuestros propios referentes para pensar nuestro cine y hacerlo más fuerte.

Del IDFA a Guadalajara, ¿cómo describirías el trayecto de LAS DELICIAS en el circuito de festivales al momento?

Yo creo que tengo una deuda con esta película. Al ser una película muy sencilla, con una sensibilidad muy sutil, siempre le tuve miedo a lo que podía pasar con ella. Pero eso se revirtió cuando empecé a ver lo que pasa con el público en las salas de cine. Realmente se ha hecho su espacio, se ha dejado acompañar con el debate. LAS DELICIAS me dio la vuelta, ahora me dan ganas de arriesgarme, de hacer un cine más libre.

Al público le sorprende, porque… ¿sabes? Es que hay miles de películas de internados, pero ven LAS DELICIAS y noto que la gente siente que hay algo nuevo en la película, que se corre de los lugares comunes, que se arma un diálogo muy lindo. Porque el público ve que se acerca a la bondad y se aleja de la violencia. El espectador nota que hay otras búsquedas y otros caminos para transitar que no son los de lo violento.

Y bueno, llegar a Guadalajara —también eso— es algo… Porque estrenar la película en Latinoamérica era algo que ansiaba. Me gusta estar aquí, pensando que podemos tener un cine en nuestra región más unido, una comunidad más grande, con más espacios que fomenten el cine iberoamericano. Qué florezcan más festivales como el FICG.

El director de LAS DELICIAS, Eduardo Crespo.

LAS DELICIAS forma parte de la competencia iberoamericana documental del FICG 37.


Entrevista por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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