Una vez más, el hype me ha arruinado una película. O quizás “arruinado” no es la palabra correcta, es una palabra muy fuerte, porque al final sí contemplé magnetizado la ópera prima de Natalia López Gallardo, MANTO DE GEMAS. Lo que pasa, ahora que lo medito, es que el hype construyó en mi cabeza una película de dimensiones desbordadas e incontestable.

Tres mujeres —Isabel (Nailea Norvind), Roberta (Aida Roa) y María (Antonia Olivares)— entrelazan sus respectivas confrontaciones. La hermana de María ha desaparecido ante la indolencia de las autoridades y el desconcierto de la familia. María pasa los días escuchando los desgastantes “¿y cómo estás, cómo te ha ido?” Isabel es una mujer adinerada que afronta la debacle de su matrimonio y se refugia con sus hijos en una propiedad construida en territorio estéril, tomando la búsqueda de la hermana de María como un asunto de interés y recorriendo un camino de dolor con el cuerpo y el alma. A su vez, Roberta es una mujer policía bien intencionada pero sometida por el sistema corrupto; además, en casa, debe lidiar con un hijo que anda en malos pasos.

De entrada, tengo que lanzar cien loas a la puesta en cámara del filme: sus momentos económicos y sus momentos poéticos son de una belleza atroz, o de una atrocidad bella, según el caso y la sensibilidad de cada quien. Hay momentos resueltos con mucho cine, con la cámara, los personajes y la acción en comunión total/brutal; sirva como ejemplo la escena —alerta de spoiler— en la que Isabel maneja por la carretera y es “levantada” por el crimen organizado.

La cámara de Adrián Durazo busca la belleza en un infierno árido. Las tomas embellecen lo trágico y monstruoso —con la luz, el encuadre, la composición, el paleta de color— sin trivializar esa realidad: en todo caso, le dan relieve a las estampas de un México descompuesto. Es el manto de imágenes —la ya citada puesta en cámara— el mayor logro de la película, seguido de cerca por las actuaciones de Norvind y Roa, que patentan su dominio de la pantalla en cada una de sus escenas.

Por otro lado, MANTO DE GEMAS es una pieza de narración parsimoniosa y dolorosa. Hay un calvario en la triada protagónica y, si soy honesto, estoy intrigado por descubrir si el gran público es capaz de tejerse en el “manto” del relato o si la parsimonia rítmica del filme terminará por desinteresarlo. Porque (aquí es donde el siento que, tal vez, el hype me perjudicó) la película a veces se siente distante. Cosa rara, porque MANTO DE GEMAS habla de una realidad que lastimosamente nos pertenece; cosa rara, porque las emociones de los personajes son taladros que alguna vez nos han perforado. Y, aún así, no me extrañaría que un espectador “no-festivalero” pudiera encontrar un muro denso que no descubra cómo cruzar. Hay que hacer un trabajo de escalada para entrar en el alma de MANTO DE GEMAS, aunque su historia valga la pena. Así que qué hará el gran público, ¿escalar o ver la película?


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Texto por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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