Cuando Ariel hace olas
★ ★ ★ ½ | Por Arturo Garibay
A ver, antes de entrarle de lleno al comentario sobre LA SIRENITA (2023) creo que hay que establecer algunas cosas:
- Primero, que toda obra artística es susceptible de reinterpretación o reinvención. Desde el momento en que entra en contacto con el mundo, cualquier obra (fílmica, literaria, musical, pictórica) puede provocar que alguien se sienta inspirado a presentar una lectura propia aquello que ya existe. La pregunta que surge es, naturalmente, ¿por qué quiero/necesito reinventar el arte de otro?
- Segundo, que cualquier reinterpretación no sustituye ni cancela a la pieza clásica original que ha servido como inspiración. Por algo la original ha trascendido como un clásico. Además, no hay que olvidar que toda reinterpretación se convierte en “obra nueva”, no es un apéndice de la obra primigenia.
- Tercero, que el cine es un espejo, una superficie reflejante, y que es, además, un síntoma. Nos muestra quiénes somos en el aquí y ahora, pero también cómo nos sentimos colectivamente. A veces su reflejo es directo y nítido; a veces, metafórico y complejo.
- Cuarto, que es imposible —en serio, imposible— sopesar el valor de cualquier obra artística sin haber entrado en contacto con ella. Puedes, por supuesto, elegir ver o no ver una película a partir de tus gustos personales, pero no es posible que una obra “no-vista” sea lapidada ni encumbrada debido a prejuicios o filias personales. Para hablar de una obra, hay que conocerla. De lo contrario, somos pericos que repiten lo que otros están diciendo.
Si ya estamos en el entendido de todo lo anterior, entonces podemos proseguir. Hablemos sobre LA SIRENITA, el flamante y mediático live-action de Disney, dirigido por Rob Marshall, producido por John DeLuca y protagonizado por Halle Bailey:
Si bien es imposible superar al clásico animado (ya lo he dicho: los clásicos alcanzan ese estatus por alguna razón), LA SIRENITA es una competente y entretenida adaptación. Empero, a pesar de ser una experiencia bastante linda y dulce, eso no cambia mi sentir respecto a la actual —y muy posmoderna— oleada de refritos, reboots, secuelas y demás derivaciones.
¿De dónde viene esta fijación contemporánea por repasar, revivir y copiar lo pasado, esta obsesiva evasión de lo original? Eso se lo dejaremos a los filósofos y pensadores. Lo cierto es que, en el caso de LA SIRENITA y a pesar de los sutiles ajustes, a pesar de las nuevas canciones y el nuevo lienzo creativo, hay algo que se siente reiterativo cuando uno ve la película. Es bella, sí, pero también cacofónica.
En fin, ahora es donde viene la paradoja: Aunque sostengo lo ya dicho respecto a que todo arte es susceptible de ser reinterpretado, no encuentro un propósito de fondo (salvo el mercantil) para los refritos Disney. Y, aún así, me he sentido tentado a abrir un paréntesis de excepción tras ver LA SIRENITA de Marshall, que resulta ser una de las live-action más redondas que Disney haya facturado. Es imperfecta, pero tiene mucho corazón.
El acierto más grande de la película se resume en dos palabras: Melissa McCarthy. La actriz se apropia de la bruja submarina Úrsula y reclama los reflectores para sí misma. Los tentáculos histriónicos de McCarthy sujetan con fuerza al personaje incluso cuando el trabajo del departamento visual parece querer sabotearla.
En cuanto al príncipe Eric, el actor Jonah Hauer-King parece bordado a la medida del personaje; es encantador y magnético. Halle, a su vez, tiene una voz bellísima y asume con convicción a Ariel. La testarudez de la troliza internetera no le ha hecho mella alguna: Bailey toma a la sirena y entrega su versión, hipnotiza con su canto y resuelve con soltura.
Visualmente, la experiencia es de contrastes, aquí es donde aparecen los desatinos más notorios. Por un lado, la dirección de arte es colorida y exuberante —si los Oscar fueran mañana, tendría que estar nominada por su Diseño de Producción—, el universo estético que propone es un caramelo para las pupilas.
Es en el departamento de efectos visuales en el que, tristemente, se hacen evidentes los artificios de esta ficción. Digamos que el 80%, 90% de los efectos visuales funcionan muy bien, son consistentes con la estética general de la peli. Pero ese 10% restante, ese pequeñísimo puñado de tomas de VFX logradas a medias, bastan para romper la magia durante la función y hacernos pensar: “por supuesto, nada de esto es cierto”. Si vamos a racionalizar los efectos visuales, eso debe ser ya terminada la proyección, no mientras estamos viendo la película.
Finalmente, cerremos con las nuevas canciones: Son muy buenas, tienen ondita y sentido dentro del filme… peeeero vaya que se sienten impostadas, parecen pertenecer a otro musical. Lin-Manuel Miranda es un virtuoso, pero también es un compositor con un sello autoral muy marcado. Es evidentísimo cuando la poesía de Alan Menken es sustituida por la de Miranda. Otra vez, son buenas canciones, pero no parecen pertenecer del todo a la estética acústica de LA SIRENITA. No son las letras, no es la propuesta de música nueva: son los arreglos. A esta “sirenita” se le notan las costuras musicales.
En fin, entretenimiento, sí da. Tributo y respeto a la pieza original animada, también. Verás que muchas tomas están claramente inspiradas en la película de 1989. Pero igualmente notarás que no todo lo que funciona en animación funciona en acción real: hay situaciones tiernísimas e icónicas de la película animada que dan algo de risita en la versión live-action.
Al final, incluso con sus desperfectos, hay tanta alma y tanta emotividad en LA SIRENITA de Marshall que no será raro que encuentres a mucha gente que diga: “¡wow, es una buena película!” El reto era mayúsculo; y las posibilidades de fracaso, altísimas. Pero el equipo creativo le ha dado el revés a los malos deseos, ha probado su entereza y nos ha hecho olvidar cualquier controversia hueca a lo largo de 135 minutos: Ariel nada contracorriente, emerge victoriosa y nos dice que el amor verdadero acepta al otro como es, abraza las diferencias y respeta los sueños ajenos.
Crítica por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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