★ ★ ★ ★ | Por Arturo Garibay
LA NIÑA CALLADA es una película dulce, sencilla y parsimoniosa. El primer largometraje de Colm Bairéad es un relato sobre una pequeña que habla quedito y con pocas palabras, quien descubre un nuevo mundo y otras posibilidades de amar y ser amada. La pieza está armada con postales cálidas de una Irlanda rural que hipnotizan y tranquilizan.
Cáit es una niña «problema»: siempre se ensucia cuando juega, se hace pipí en la cama y no aprende en la escuela. Como su madre está a punto de dar a luz a un sexto hijo, la chica es enviada a pasar el verano con unos tíos. En ese lugar encontrará que su hogar atestado, la agresividad pasiva y el alcoholismo de su padre, el agotamiento de su madre o el bullying de sus hermanas no son las únicas formas de ser, estar, vivir y crecer. Sin embargo, también encontrará que existen los secretos incluso donde te afirman que no hay secretos.
En LA NIÑA CALLADA encontrarás una película de esas en las que parece que «no pasa nada», cuando en realidad se está gestando una transformación, un arco de crecimiento dentro de la infancia. Cáit está por ver que es posible amar de formas distintas, de paladear el amor maternal y paternal como no lo había experimentado, que es posible ser querida y querer a cambio.
En el trabajo de dirección de Bairéad hay varios aciertos, dos de ellos mayúsculos y que tienen nombre y apellido: los actores Carrie Crowley y Andrew Bennett, quienes interpretan al matrimonio que acoge a Cáit en su hogar. Sus actuaciones son económicas pero a la vez fulminantes, convincentes, cargadas de verosimilitud. La debutante Catherine Clinch también hace lo propio, con un rostro interesantísimo e intentado exprimir cada silencio.
La cinefotógrafa Kate McCullough, la diseñadora de producción Emma Lowney y el director de arte Neill Treacy acompañan a Bairéad en la consolidación de una puesta en cámara preciosa, apacible.
Es LA NIÑA CALLADA una película de discreción y candidez, de una pequeñez aparente porque lo llena a uno de emociones bonitas, de imágenes bonitas. Su parsimonia no aburre, encanta; no hay en ella efervescencia ni amargor, solo el sabor dulce de un verano en el campo. También se vale contar cosas bonitas, quizás ingenuas, y nada más.
Texto por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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