Violencia y juventud convergen en el más reciente documental del celebrado cineasta Everardo González. En UNA JAURÍA LLAMADA ERNESTO tenemos un puñado de historias individuales sobre jóvenes que se han integrado a pandillas o grupos delictivos, que han incorporado la violencia activa como parte de sus vidas cotidianas. Sin embargo, González borda un relato en el que esas voces individuales se entrelazan para formar un «grito», un discurso colectivo. Las muchas voces forman una sola.

Filmada como si se tratase de un FPS (First Person Shooter o videojuego de disparos en primera persona), la forma del relato queda totalmente al servicio del fondo de la historia. No sólo sirve para reforzar la idea de que éste es un relato «violento» —porque aborda esa realidad y porque sus protagonistas beben y transpiran la violencia a diario— sino que también le da mucha identidad a la cinta.

De cara al estreno de UNA JAURÍA LLAMADA ERNESTO —en cines selectos y en ViX— desde el 10 de noviembre, charlamos con Everardo sobre este trabajo fílmico que, tras un sólido circuito de festivales, finalmente puede ser apreciado por el gran público.

La manada es nuestra

¿Qué tan cercana —o lejana— sientes UNA JAURÍA LLAMADA ERNESTO de otra película tuya que aborda también la violencia: LA LIBERTAD DEL DIABLO?

Hay una parte colaborativa que es la misma, pero también tiene aspectos que la vuelven fundamentalmente diferente: por ejemplo, UNA JAURÍA LLAMADA ERNESTO nos dio la oportunidad de tener un acercamiento totalmente distinto a los participantes, es una película más «anecdótica», más a partir del paso del tiempo en la juventud. Es cierto que hay cosas respecto a la lógica de investigación y producción que se parecen, que están relacionadas con mi forma de trabajar, pero son películas que partieron de ideas y necesidades distintas.

UNA JAURÍA LLAMADA ERNESTO se vio en cierta parte influenciada por mi necesidad de reflexionar sobre la etapa de vida que estaba viviendo mi hijo, que era la adolescencia, de la cual está por salir. Así que la impronta y el pulso para hacer este nuevo documental fueron distintos.

La película está zurcida con un puñado de historias individuales, pero la puesta en cámara nos lleva, como espectadores, a armar una voz colectiva, un relato al unísono a pesar de los muchos personajes.

Sí, así es. Originalmente, la idea arrancó con una crónica que escribió Óscar Balderas, que se llamó «La matachilangos y sus cómplices», que hacía un relato sobre un muchacho, un personaje ficticio, un sicario que escuchaba la voz de un arma que le llamaba a su encuentro, una especie de historia de amor trágico. Al inicio, la columna vertebral de este documental estaba inspirada en este texto.

Por otro lado, ante la imposibilidad de filmar menores de edad, fue que recurrimos al recurso de convertir la estética de la película en la misma de un juego, estos FPS, de tiradores en primera persona. Soy de la idea de que a la violencia se llega jugando. Muchas de nuestras construcciones violentas comienzan con juegos y así nos vamos construyendo como entes violentos.

Al sicariato se llega jugando también, se llega probándose, siendo parte de la manada, de la jauría, en un momento en el que todavía todo es lúdico. Cuando un muchacho se prueba como un gatillo eficaz, es reclutado como brazo armado y cuerpo de infantería de una organización que forma parte del capitalismo voraz del mundo. Y así también los seres humanos somos mercancías y somos desechables. Eso pretendo contar con el uso de la cámara en la espalda.

En UNA JAURÍA LLAMADA ERNESTO vemos la vida cotidiana de estos jóvenes que pertenecen a sicariato, los vemos en su día a día, notamos que tienen amigos, tienen familias. Son miembros de nuestra sociedad, cosa que a veces no notamos, que el ejercicio del mal puede estar en manos de nuestros vecinos, en nuestra colectividad.

¿Cuánto de la película terminó por escribirse en el montaje? ¿Con cuanta claridad llegaste a esa etapa respecto a cómo iba a estar narrada la película?

El montaje en el documental es la colaboración más íntima. Es, en efecto, el proceso de escritura de un documental. Nosotros partimos de una escaleta argumental, estructurada a partir de la base testimonial, pero eso es algo que se tiene que poner en juego en el montaje, cosa que implica un reto gigantesco.

Ahora imagínate el reto que representó para la montajista Paloma López, sostener una narración con un solo valor de plano que, además, no es propiamente un plano secuencia, sino que exige cortes. En este caso, no teníamos la posibilidad de recurrir a los artificios comunes en los que los valores de plano también van dándole fluidez a las secuencias. Definitivamente, la mano de Paloma termina por darle coherencia al discurso narrativo que yo proponía.

¿Qué tan importante era para ti que, antes de llegar al streaming, la película pudiera verse en algunas salas de cine?

Eso fue parte fundamental para que nosotros aceptáramos la propuesta que nos hizo ViX+, a través de N+, la parte nueva de noticias de Televisa. Aceptamos de muy buena gana porque aprobron que se vendieran los derechos de explotación de la película, no los derechos patrimoniales de la obra. Lo otro es que accedieron a que la película tuviera una vida en ciertos cines y festivales, en espacios que no le competían a su público de entretenimiento.

Por eso llegamos a las redes de cinetecas, a los espacios de cine libre o independiente; no necesariamente a las cadenas comerciales, que son lugares a donde casi siempre vamos al matadero [los cineastas independientes], pues nos generan la sensación de que no tenemos ninguna oportunidad aunque estrenemos «comercialmente».


UNA JAURÍA LLAMADA ERNESTO llega a cines selectos y ViX+ desde el 10 de noviembre.


SABÍAS QUE
Para filmar UNA JAURÍA LLAMADA ERNESTO se construyó un arnés con un dispositivo con forma de cola de escorpión para poder montar la cámara en las espaldas de los chicos que salen en la película y poder ver el mundo desde su perspectiva.


Texto por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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