★ ★ ★ ★ | Por Arturo Garibay
Es bella y emotiva, hecha con una delicadeza magnética. Con todo y que La habitación de al lado es una película de Almodóvar —americanizada, pero almodovariana en todo lo que importa—, no he podido dejar de pensar en otros relatos que tienen mucho (en quid) y nada (en estética, en puesta en cámara) que ver: desde Johnny Got His Gun (1972) o Las invasiones bárbaras (2003) hasta la reciente Pink Moon (2022). En todas ellas hay alguien que quiere morir, que quiere marcar su propio punto final y, para lograrlo, debe confrontarse con sus circunstancias.
Una mujer enferma de cáncer (Swinton) está desahuciada. Decidida a morir bajo sus propios términos, le pide a una vieja amiga (Moore), a la que no veía desde hace tiempo, que le haga compañía hasta que llegue el momento de partir.
Con un ritmo exquisito y su buena tanda de riqueza intertextual, Pedro retoma muchos de sus intereses estéticos (con notable sobriedad, pero muy suyos) y dramáticos (las maternidades, el entramado de las relaciones femeninas, la memoria personal), los cuales usan Tilda y Julianne como conductos. Ambas, fantásticas, actúan con la teatralidad e impostura calculada que tanto gustan al manchego cuando dirige a sus elencos.
Celebro también que, en la era del nuevo puritanismo, La habitación de al lado tenga una postura a favor de la libertad del individuo, del albedrío y del amor (por uno mismo y por la otredad). Y que el relato se decante por despojar a la «idea de la muerte» de todo miedo.
Ganadora del León de Oro en el pasado Festival de Venecia, esta pieza es de las indispensables de 2024.