En el marco de la edición 40 del Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG), el cineasta César Talamantes presentó el estreno mundial de su nuevo largometraje documental: ISLEÑO, una exploración pausada, íntima y profundamente humana de las comunidades que habitan las islas de Baja California Sur. La película forma parte de la competencia oficial por el Premio Mezcal, y lo hace con una propuesta formal que privilegia la contemplación, el silencio y el respeto por la imagen.
El paisaje como espejo de la vida
A primera vista, ISLEÑO parece un documental sobre la geografía insular del noroeste mexicano. Pero desde sus primeras imágenes, la película deja claro que su verdadero tema es la interacción profunda entre ese entorno y las personas que lo habitan. “Cuando estás en un espacio así, tan imponente y bello, sabes que tienes que intentar capturar algo de eso”, cuenta Talamantes en entrevista con TOPCINEMA. “Pero también sabes que tienes que contar la historia de quienes lo viven y lo enfrentan todos los días”.
A lo largo del documental, el director evita caer en el preciosismo o en el exotismo de la marginalidad. En lugar de eso, apuesta por retratar el día a día de pescadores, madres, niños y familias enteras que han encontrado su lugar en estas islas. Las conversaciones captadas no son entrevistas tradicionales: se desarrollan en movimiento, en medio de la rutina, entre redes de pesca, utensilios de cocina y caminatas por la arena. “Queríamos que la gente hablara desde su actividad cotidiana, no sentados frente a cámara, sino haciendo lo que hacen”, dice el director.
El silencio como lenguaje
Uno de los aspectos más llamativos de ISLEÑO es su uso del silencio. En una época donde el cine documental a menudo se apoya en la voz en off o el testimonio directo para guiar al espectador, la película de Talamantes se atreve a callar. “Sí, el silencio era crucial”, confirma el director. “Queríamos que hablara la cámara, que hablara el entorno. Que el espectador sintiera el viento, el ritmo del mar, la textura del óxido. Es un documental que confía mucho en la experiencia sensorial”.
Esa apuesta no solo potencia la dimensión estética de la cinta, sino que convierte al espectador en un testigo activo, más cercano a un visitante que a un observador. Los planos largos, el tempo pausado y la ausencia de juicios explícitos hacen de ISLEÑO una película que se contempla, se escucha y se siente.
Una producción entre mareas y pandemia
El rodaje de ISLEÑO no fue fácil. El equipo visitó varias veces las islas, con estadías de una semana por locación. “Empezamos con un cortometraje, pero desde el primer viaje supe que ahí había una película”, recuerda Talamantes. Un accidente obligó a interrumpir el rodaje inicial, pero el material obtenido convenció al director de armar un proyecto mayor, que obtuvo el estímulo nacional de Procine.
El proyecto avanzó en etapas, algunas con el equipo completo, otras con una producción mínima. “Hubo una parte que terminé solo con un sonidista. Yo hacía cámara. Fue cansado, pero también muy enriquecedor”, dice el realizador. La pandemia también impuso su propio ritmo, alargando los tiempos pero permitiendo una maduración del enfoque visual y sonoro.
La confianza entre cámara y comunidad
Un logro notable del documental es la naturalidad con la que las personas frente a cámara se expresan. No hay rigidez, no hay poses, no hay miedo. “Eso solo se logra yendo, regresando, estando”, explica Talamantes. “Fui muchas veces solo antes de filmar. Caminé, tomé café con ellos, me reconocían. No es lo mismo llegar a filmar una fiesta que haber estado desde que preparan los adornos”.
Este acercamiento ético también se refleja en la edición: la película nunca exotiza ni victimiza. Las voces de la comunidad son tratadas con respeto y dignidad, resaltando tanto los desafíos como la resiliencia de quienes viven en estos espacios aislados y con escasos recursos.
Un cine de contemplación y resistencia
ISLEÑO no es solo una postal hermosa de Baja California Sur. Es una obra que se inscribe en la tradición del cine documental contemplativo, que apuesta por retratar el presente como una forma de resistencia. “Las islas, a pesar de su belleza, son frágiles”, señala el director. “Y quienes viven ahí enfrentan muchas carencias. Pero lo hacen con dignidad, con sentido de comunidad, con amor por su tierra. Esa era la historia que quería contar”.
Para César Talamantes, traer la película al FICG 40 significa mucho más que un estreno: es una celebración. “Estar en esta competencia ya es un premio”, dice. “Y aunque tengo nervios de ver cómo reacciona el público, lo que quiero es disfrutarlo. ISLEÑO es el resultado de mucho esfuerzo, muchos viajes, muchas mareas. Verla en cine, frente a una audiencia, es el cierre perfecto de ese viaje”.


