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Por Arturo Garibay

El erizo más popular de los videojuegos obtiene su oportunidad de brillar en Hollywood con el estreno de Sonic: La película, una comedia de fantasía y acción familiar dirigida por Jeff Fowler que, ya pude constatarlo de primera mano, consigue pasar con éxito la prueba frente al público infantil.


Sin embargo, con el público adulto es otra canción: Ahí pinta más bien para dividir opiniones y ser denostada por la crítica. No sin razón: el guion es inconsistente, rebosa clichés y en español tiene un trabajo de doblaje bastante mediano tirando a malo. Si las circunstancias te lo permiten, mejor búscala subtitulada. Eso sí: este Sonic ¡sí es Sonic! El acabado visual del personaje es de primera y nos remite de forma incontestable al personaje original del universo de los bits.

En esta aventura, que podría ser la primera de muchas si la película triunfa, Sonic es un erizo dotado de súper velocidad que vive en un mundo distinto al nuestro. Las circunstancias lo orillan a refugiarse en un pueblo estadounidense de nuestra dimensión.

Sonic guarda su cuota de referencias a los videojuegos originales, hace reír con más de un chascarrillo oportuno y nos ofrece a un Jim Carrey que, con la curva de su personaje, se va convirtiendo en un gran Robotnik/Eggman.


En ese mismo tenor, cabría añadir que la construcción del Sonic fílmico, contrastado con el Sonic de bits, es bastante interesante. Nuestro ‘hedgehog’ cinematográfico lee cómics de Flash, ama la película Speed de Keanu Reeves y sostiene monólogos excéntricos. Estos elementos triviales sirven para definir la personalidad para cine del erizo.

Ahora que lo pienso, al hacer un balance, creo que Sonic: La película se salva de ser una tragedia audiovisual por una púa. Cualquier paso en falso pudo haber provocado un efecto dominó. Con todo, al final creo que lo que resiento es que la película tenía los recursos para aspirar a más que ser solo un divertimento para los más pequeños, como pasó con la competente Detective Pikachu. Perdón, pero la comparación es inevitable: son películas muy distintas, no lo niego, pero comparten algo en su ADN y, además, tienen el mismo propósito: crear un corpus fílmico a partir de un videojuego hasta donde la facturación de la taquilla lo permita.

Pues ahí queda la recomendación: tus pequeños se volverán locos, aunque puede que tú resientas algunos detalles. Con todo, he de decir que esta es exactamente la clase de película que a mí me hubiera vuelto loco si la hubieran estrenado en 1991 y yo hubiera tenido siete y ocho años.