Un cuadro, una distancia, una imagen, un sentimiento y una toma; el cine es lenguaje, el cine es comunicación. El cine resulta ser los ojos del alma para muchos de nosotros. Desde la emoción previa de una pelea hasta el recorrido de una carretera, la lente del cinefotógrafo Michael Chapman siempre estuvo en los momentos en los que el Nuevo Hollywood plasmó sus imágenes que siguen siendo icónicas incluso en la actualidad. Así de potente es el legado de Chapman, mirada fundamental para el New American Cinema, que corrió desde mediados de la década de 1960 hasta los albores de 1980.
Michael Chapman falleció el pasado 20 de septiembre. Su herencia quedará marcada en la historia del cine, pues sus más notables trabajos como director de fotografía se vieron reflejados en largometrajes que son icónicos dentro del cine, como los que realizó con Martin Scorsese.
El neoyorquino mostró desde sus inicios que su carrera tendría tintes épicos. La cámara de Chapman filmó sus primeros grandes momentos en Jaws de Steven Spielberg, aunque ya había tenido experiencia en grandes filmes como The Godfather. Ahí, como operador de cámaras, obtuvo sus primeros saberes sobre lo que la magia de una imagen puede transmitir al espectador; todos recordamos con mucha añoranza y obviamente miedo la sensación de ver aquel gigante depredador acuático en las pantallas.
La carrera de Michael Chapman dio un giro fantástico en el momento que se cruzó con el genio de Scorsese; ambos, jóvenes en aquellos días y con muchas ganas de dejar una huella en un Hollywood que dejaba atrás los años de las grandes casas productoras de la Época Dorada y que se veía levemente empapado por los mares de la Nueva Ola francesa; las tres colaboraciones que tuvo con Martin fueron bálsamo para un nuevo género cinematográfico.
“Michael y yo hicimos tres películas juntos: Taxi Driver, The Last Waltz y Raging Bull, y él trajo algo raro e irremplazable a cada una de ellas […] Recuerdo cuando salió Taxi Driver y Michael se hizo conocido como un ‘poeta de las calles’; creo que esa era la redacción y me pareció correcta. Michael fue quien realmente controló la paleta visual de The Last Waltz; y en Raging Bull él y su equipo se enfrentaron a todos y cada uno de los desafíos, y había tantos. Uno de los mayores desafíos fue filmar en blanco y negro, algo que Michael nunca había hecho antes”, ha comentado Scorsese.
Chapman dejó su sello sobre todo con la mítica pelea que Jake La Motta, encarnado por Robert De Niro, dio a todo su público en la cinta Raging Bull; era algo muy novedoso para aquella época, nunca antes visto, uno podía incluso sentir el sudor y el vigor de los puños de La Motta, mención extra a su opening, la danza del pugilista; un sentimiento que solo la cámara de Chapman ha dejado sembrada en nuestras pupilas.
La mayoría de admiradores del trabajo de cámara del acaecido director de fotográfía recuerdan lo que logró hacer con todos sus planos en Taxi Driver, la obscuridad y los colores tan fuertes con la fluorescencia que llevaban desde letreros de antros o los taxis, fue algo que nos dejó marcados a toda una generación. Su cámara fue el ojo auténtico del relanzamiento de un Hollywood más independiente dentro de una industria que aún soñaba con las producciones faraónicas.
Michael Chapman logró llevar su trabajo más allá de la gran pantalla, participando incluso como director de fotografía de Michael Jackson en su canción «Bad». Para muchos, la versión de 15 minutos del videoclip sigue siendo todo un placer.
Nominado dos veces al Oscar a la Mejor Fotografía por Raging Bull y The Fugitive, Chapman fue el ganador del Premio de la Sociedad Nacional de Críticos de Cine a la Mejor Fotografía en 1981 por su trabajo en la citada cinta de Scorsese, entre otra larga lista de premios.
Hoy le sobreviven su esposa, la guionista Amy Holden Jones. A la historia pasará la lente mágica de Chapman, esa que hoy nos hace ponernos melancólicos y desear estar en los guantes de La Motta o en el taxi de Travis Bickle. El fotógrafo dorado de Scorsese falleció de una falla cardíaca que es justo la que más nos duele al apagar su última luz.