★ ★ ★ ★ | Por Arturo Garibay
De SCOTT PILGRIM a BABY: EL APRENDIZ DEL CRIMEN, pasando por la trilogía CORNETTO, la filmografía del cineasta británico Edgar Wright está plagada de piezas de culto. Parece que lo de Wright es plasmar su firma en relatos memorables. Al fin hemos visto su más reciente obra: EL MISTERIO EN SOHO. La pregunta recurrente ha sido si este flamante opus cumple con los requisitos necesarios para trascender en la filmografía del realizador. A mi parecer, hemos encontrado una exquisita y excéntrica mancha de sangre para decorar el tejido fílmico de Wright.
Eloise (Thomasin McKenzie) es una chica con capacidades extrasensoriales que sueña con llevar una vida normal y convertirse en una gran modista. Para ello se muda a Londres, matriculada en una prestigiosa escuela. Pronto, la chica comenzará a experimentar extrañas y vívidas visiones que la transportarán a la década de 1960, donde atestiguará la trágica historia de Sandie (Anya Taylor-Joy), una joven con el sueño de ser cantante. Entre reflejos, alguna canción de Petula Clark y los matices de un Londres tan glamouroso como agreste, Eloise quedará irremediablemente zurcida al drama de Sandie.
EL MISTERIO DE SOHO es muchas cosas a la vez. Es una película de fantasmas, un drama pasional y criminal, una pieza de fantasía de época, un divertimento multigenérico que Wright dirige sin timidez, incluso hasta llegar al paroxismo —o al desgarriate argumental, como lo quieras ver— en su recta final. Un goce para los que apreciamos esas hipérboles, vaya.
El trabajo de cámara del cinefotógrafo Chung-hoon Chung es extraordinario, mientras que el diseño de producción de Marcus Rowland es todo lo que podrías desear en una película que recrea el Londres de la década de los sesenta. En una película donde pasado y presente convergen, coexisten y se intercambian constantemente, lo logrado por Wright con su equipo técnico merece un aplauso de pie. Este filme es un derroche de color, luz y oscuridad.
En lo dramático pasa lo mismo: Wright convierte a McKenzie y Taylor-Joy en imágenes reflejadas. El juego de espejos entre las actuaciones de las actrices es muy interesante. Por momentos, Eloise y Sandie son confidentes, pero en un chasquido pueden convertirse en negativos fotográficos la una de la otra. Wright ha alcanzado una soltura deliciosa en su manejo del corte, del montaje —tanto técnico como interno—. No hay desperdicio plástico en EL MISTERIO DE SOHO: la imagen está al servicio del relato… y viceversa.
Las quejas, creo yo, llegarán en el tercer acto del largometraje: justo cuando la intriga comience a desenredarse y cuando la niebla parezca disiparse. El cierre de EL MISTERIO DE SOHO será para algunos la joya de la corona; para otros, una excentricidad del cineasta; un recurso tan taimado como artificioso. Para mí, fue pura diversión. Wright, en vez de desenredar la madeja, apuesta por hacer prenderle fuego a todo en una secuencia excesiva y desbordada que no creo que sea del disfrute de todos, pero… ¿sabes qué? Yo la disfruté cuadro a cuadro. Es cierto que Wright se engolosinó con el remate, y eso le costará perder o ganar los afectos del público de este filme, según el caso.
EL MISTERIO DE SOHO es una pieza digna de la filmografía de Edgar Wright. Película tras película, Wright se va volviendo cada vez más fascinante como realizador: su mano es la de un artista pero su pulso es totalmente pop. Me pregunto qué pasará cuando el director finalmente nos entregue su magnum opus. Eso sí que será digno de verse.
EL MISTERIO DE SOHO es un estreno de Universal Pictures. En cines desde el 28 de octubre.
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Una crítica de Arturo Garibay para TOPCINEMA.
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