Después de ver LA GRAN LIBERTAD, he fantaseado que Sebastian Meise entiende que la palabra aprisiona, pero el silencio libera. Y, en mi imaginación, es justo por esa razón que en LA GRAN LIBERTAD hay tantas escenas silenciosas que nos entregan instantes poderosamente narrativos, fulminantemente verdaderos y dolorosamente bellos. No puedo explicármelo de otro modo: la sensibilidad de Meise como cineasta, sumada al talento arrollador del actor Franz Rogowski, es la responsable.

Hans (Rogowski) es un hombre homosexual que ejerce su deseo en los lugares y tiempos equivocados, le ha tocado vivir con el status quo en contra. De ahí que Hans vaya a parar a la cárcel de manera intermitente a causa de sus «desviaciones». En LA GRAN LIBERTAD visitaremos la prisión en 1945, 1957 y 1968. Pero los encarcelamientos no son la única constante en la vida de Hans, también lo es la presencia de Viktor, un reo peligroso con el que Hans podría tejer un lazo.

En ese entramado de tiempos y circunstancias encontramos a Rogowski, uno de los actores más potentes y solventes de la actualidad. El histrión alemán ha trabajado con cineastas como Terrence Malick, Michael Haneke, Christian Petzold o Sebastian Schipper, además de que el próximo año lo veremos en la nueva pieza de David Michôd. Una década de carrera le ha bastado a Rogowski para convertirse en uno de los actores más geniales del planeta. Lo demuestra una vez más con su trabajo interpretativo en LA GRAN LIBERTAD.

Por este papel, Rogowski recibió nominaciones actorales de parte de las academias austriaca y alemana, además de que ganó el galardón interpretativo en el Festival de Cine Europeo de Sevilla y en el de Torino. Al palmarés del filme puedes sumarle el Premio del Jurado en Una Cierta Mirada del Festival de Cannes y el premio Louve d’Or en el Festival du nouveau cinéma.

LA FICCIÓN COMO ESPEJO DE LA «LIBERTAD»

El siglo XX fue particularmente azaroso para la comunidad LGBTQ+; pero también fue un siglo revolucionario y disruptor. A lo largo de tres décadas y a través de su personaje principal, Meise nos muestra la condena institucional, la condena social y los primeros visos de transformación. Empero, la película no se limita a ser una mirilla para contemplar los sinsabores de la vida homosexual.

Como su título promete, LA GRAN LIBERTAD explora el concepto de «ser libre» no solo desde la óptica universal, sino también desde el criterio particular. ¿Qué significa tener «libertad»? En ese sentido, el hecho de que la película ocurra en un reclusorio cobra especial significado porque estar fuera de cuatro paredes no significa, forzosamente, ser libre.

La carencia de amor, la imposibilidad de ejercer el deseo —romántico o sexual— por otro ser humano, la represión, el desprecio colectivo, la alienación, el aislamiento… esos son los peores barrotes, porque además de echar al cuerpo en cautiverio, también encarcelan al alma.

LA GRAN LIBERTAD es, por tanto, la clase de película que tendría que hacerte sentir triste. Así suena, ¿cierto? Y sí, deja un sabor a pesadumbre. Sin embargo, su hechura cinematográfica es tan fantástica (su trabajo de luz, su paleta de color, su puesta en cámara y su montaje interno, su noción de la narración diseñada a tres bandas, la calidad de sus actuaciones) que también te emociona y encumbra, porque el filmmaking de Meise es de esos que encienden los sentidos y avivan las terminales nerviosas de la vista, el oído y el corazón.

La «libertad» en LA GRAN LIBERTAD no es un concepto unidimensional. Tampoco el amor. Tampoco el deseo. Pero la película no predica complejidades, ataca las fibras primitivas, humanas, esas emociones que estallan en las entrañas y nos hacen sentir que vivimos. Eso separa a las buenas películas de las fantásticas. Y la pieza de Meise es de las segundas.


LA GRAN LIBERTAD es un estreno de Cine Caníbal.

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Crítica por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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