¡Es la bomba!

★ ★ ★ ★ | Por Arturo Garibay

(English follows)

La destrucción del otro y la destrucción de uno mismo son el meollo de OPPENHEIMER. También el ego y la ansiedad en el deseo. En su nuevo gran opus, el cineasta británico Christopher Nolan explora un momento decisivo en la historia de la humanidad: la creación de la bomba atómica, el artefacto de destrucción masiva que puede mandarnos a todos al garete, un triunfo de la ciencia y una condena de la existencia.

De entrada, debo decir que qué tremenda película/espectáculo/monumento ha filmado Nolan. OPPENHEIMER es una pieza lujosa, se le nota la opulencia, pero hay más: es una película fulminante e inteligente.

El J. Robert Oppenheimer de Cillian Murphy es un físico brillante que recibe la oportunidad de dirigir un proyecto gubernamental y bélico sin parangón. La idea —la paradoja— es crear un arma para terminar con todas las guerras. Estadounidenses y alemanes inician una carrera (a la que se sumarán los rusos) para crear la gran bomba.

La mirada de Nolan se posa sobre las paradojas de la situación: encontramos a un puñado de personajes que saben que están por fabricar un arma que podría eliminar a la humanidad de la faz de la Tierra; a pesar del riesgo que sus esfuerzos científicos implican, deciden seguir adelante. El triunfo bélico justifica cualquier riesgo; cruzar la frontera entre la teoría y la práctica lo justifica todo… total, ¿qué tanto es el [posible] apocalipsis? Oppenheimer tiene un deseo y tiene que cumplirlo. Lo que devenga, será un asunto para después.

De la mano de Murphy —epicentro total de esta explosión fílmica—, Nolan cuenta esta historia desde lo particular pero buscando una onda expansiva: es la mirada de Oppenheimer la que priva en el relato. Incluso si la película tiene una presentación imponente, el drama está articulado desde un lugar más introspectivo, subjetivo; la mirada, las palabras y las acciones del Oppenheimer de ficción colocan al público al nivel del personaje. Huelga decir que el guion nos da un Oppenheimer dual, que es creador y destructor. La dimensión humana del personaje está siempre presente; sin embargo, esta biopic trata más sobre el impacto colectivo de una invención que sobre un hombre y sus conflictos. Digamos que Nolan usa al individuo para escribir una editorial sobre el colectivo. ¿Cambió el status de la seguridad y permanencia del género humano tras la invención de la bomba?

Pero volviendo a Murphy, el actor entrega una de las mejores y más vistosas actuaciones de su carrera; esto no es poca cosa, considerando que Cillian es uno de esos intérpretes infalibles. El histrión recibe el rol estelar que ya se merecía en una película de estudio, para que su arte pudiera ser visto masivamente. Alrededor de Murphy, Nolan teje su entramado histriónico. Los cameos parecen más una excentricidad que una necesidad, pero los intérpretes de los personajes secundarios están todos finamente seleccionados: Robert Downey Jr. entrega una actuación de esas efervescentes, que llevan tatuadas las palabras “nominación al Oscar”; por su lado, Emily Blunt sólo necesita de tres escenas completas para apropiarse de la atención de la cámara.

En fin, Oppenheimer es todo lo que podrías esperar de una película de Nolan en el terreno técnico. Filmada con película de gran formato, la cinefotografía de Hoyte van Hoytema trascenderá como una de las mejores del año; el diseño de producción está a la altura de lo mejor que Ruth De Jong ha firmado en el pasado, como Petróleo sangriento o El árbol de la vida; la partitura de Ludwig Göransson es estridente y brutal; y la edición de Jennifer Lame es sustantiva para el exitoso resultado final, pues estamos ante una película de tres horas de duración que se va en un suspiro.

Nolan hace estallar nuestras pupilas.

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The destruction of others and self-destruction are at the heart of OPPENHEIMER. Also, the ego and desire’s anxiety. In his new grand opus, British filmmaker Christopher Nolan explores a pivotal moment in human history: the creation of the atomic bomb, the mass destruction artifact that could lead us all to ruin, a triumph of science and a condemnation of existence.

First and foremost, I must say what a tremendous film/spectacle/monument Nolan has made. OPPENHEIMER is a luxurious piece, and its opulence is evident, but there is more: it is a stunning and intelligent film.

Cillian Murphy’s portrayal of J. Robert Oppenheimer is that of a brilliant physicist who is given the opportunity to lead an unprecedented government and military project. The idea—the paradox—is to create a weapon to end all wars. Americans and Germans embark on a race (joined later by the Russians) to build the ultimate bomb.

Nolan’s focus is on the paradoxes of the situation: we find a handful of characters who know they are about to create a weapon that could wipe out humanity from the face of the Earth, and despite the risks their scientific efforts entail, they decide to move forward. The military triumph justifies any risk; crossing the border between theory and practice justifies everything… after all, how much is the [possible] apocalypse? Oppenheimer has a desire and must fulfill it. Whatever ensues will be dealt with later.

Hand in hand with Murphy— the epicenter of this filmic explosion—Nolan tells this story from the individual perspective, seeking an expanding ripple effect: it is Oppenheimer’s point of view that prevails in the narrative. Even if the film has an imposing presentation, the drama is articulated from a more introspective, subjective place; the gaze, words, and actions of the fictional Oppenheimer place the audience at the character’s level. Needless to say, the script gives us a dual Oppenheimer, one who creates and destroys. The character’s human dimension is always present; however, this biopic is more about the collective impact of an invention than about a man and his conflicts. Let’s say that Nolan uses the individual to write an editorial about the collective. Did the invention of the bomb change the status of human survival and permanence?

But returning to Murphy, the actor delivers one of the best and most eye-catching performances of his career; this is no small feat, considering that Cillian is one of those infallible performers. The thespian receives the starring role he already deserved in a studio film, so that his art could be seen by the masses.

Around Murphy, Nolan weaves his histrionic ensemble. The cameos seem more like eccentricities than necessities, but the performers in the supporting roles are all finely chosen: Robert Downey Jr. delivers one of those effervescent performances that bear the words «Oscar nomination» tattooed; on the other hand, Emily Blunt only needs three complete scenes to capture the camera’s attention.

All in all, Oppenheimer is everything you would expect from a Nolan film in technical terms. Shot with large-format film, Hoyte van Hoytema’s cinematography will transcend as one of the best of the year; the production design matches the best of what Ruth De Jong has previously signed, like There Will Be Blood or The Tree of Life; Ludwig Göransson’s score is strident and brutal; and Jennifer Lame’s editing is vital to the successful final result, given that we are dealing with a three-hour-long film that flies by.

Nolan blows up our pupils.


Texto por Arturo Garibay para TOPCINEMA
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