La ficción es noble. Siempre está ahí para nosotros. Nos permite acercarnos a ella con libertad, es un espacio de posibilidades infinitas. La ficción nos permite mirarnos y que otros nos miren. Es la ficción, por tanto, terreno fértil. En nosotros recae la más poderosa de las decisiones: cómo y para qué vamos a usarla.
La entretenida —a veces potente, a veces circense, siempre polémica— Emilia Pérez se ha convertido en el gran himno de la controversia desde su estreno en el pasado Festival de Cannes. El filme del francés Jacques Audiard cuenta la historia de una abogada mexicana que debe ayudar a un narco a lograr un anhelo: convertirse en mujer.
Ya he escrito y comentado antes sobre Emilia Pérez. Y si sigo dividido —¿contrariado?— es porque de verdad siento que es una película digna de verse. ¿Para qué? Para discutirse, debatirse, conversarse. Dado que ya existe y en virtud de que ha crecido mucho (mediáticamente, socialmente, culturalmente), debemos usarla. Emilia nos ha puesto a confrontar puntos de vista (también a hacer berrinches, pero esos han probado tener poco valor y aportar apenas cosas de interés a la conversación) y a levantar la mano.
A Emilia Pérez se le nota “la mirada del turista”, algo que podría ser divertido y edificante, pero que en ella terminé por resentir. A lo largo de la historia hemos visto montones de películas narradas desde afuera: británicos contando historias de romanos; estadounidenses contando historias de alemanes; japoneses, de coreanos… en fin. Se puede. La ficción nos permite mirar al otro, imaginar al otro, reinventar al otro… ficcionarlo. Pero hacerlo no es fácil, conlleva un riesgo. Esa «mirada del turista» puede llegar a ser enriquecedora, pero también chocante; auténticamente sensible, pero también insensible. ¿Cómo nos vemos en el espejo de Emilia Pérez? ¿Es una superficie prístina o un recorrido por la casa de los espejos de la feria, lleno de deformidades jocosas y/o grotescas? ¿Es ambas? En Emilia Pérez hay momentos de inspiración pura, pero también otros de exotismo cargante.
Podemos mirar al mundo. Y podemos usar la ficción para compartir nuestra mirada sobre el otro, para reimaginarlo desde el drama, la comedia, la fantasía, el horror, la farsa… el musical. Lo que me ha pasado con la película de Audiard es que le he visto mucho entusiasmo técnico, formal y narrativo, mucha estridencia, pero también desgano al momento de acercarse a la otredad. ¿Es una película de mirada curiosa o trivializadora?
En este aspecto, creo que Emilia Pérez sigue siendo una película que me detona pregunta tras pregunta. Es un cuestionario. Y, por lo tanto, me ha llevado a conversaciones donde he encontrado toda clase de respuestas del otro: dudas, indignaciones y celebraciones.
Otro aspecto que encuentro especialmente problemático tiene que ver con mi visión del mundo: la idea de la redención pública de aquel que ha desgarrado el tejido social hasta hacerlo jirones. En este sentido, lo que propone Audiard con la transición (no física, sino emocional) de Emilia/Manitas me parece incompleto, perezoso, burdo y, en sus [pocos] mejores momentos, apenitas creíble. ¿Hay o no una romantización del monstruo o del criminal en Emilia Pérez? ¿Subvierte la actual tendencia de los narcodramas o se alinea con ellos de forma chapucera?
Quepa añadir que Emilia Pérez utiliza como recurso dramático muchas heridas abiertas de la sociedad mexicana. Ya iba a ser (desde antes de verla) una película incómoda. Las heridas abiertas, claro, son susceptibles de ser pensadas y revisadas desde la farsa (si es que esto es una farsa, porque Audiard le llama “ópera”), pero exige mucha inteligencia y sensibilidad lograrlo con éxito. En la cinta, no siempre se logra.
Emilia Pérez es un largometraje de puesta en cámara desbordada, de emociones kitsch y de una efervescencia que a muchos les chocará. En términos de filmmaking, la película está construida con excesos que normalmente me encantan y que, por tanto, incidieron en que tuviera una experiencia extraña en la sala: yo oscilaba entre la fascinación por la forma en que está filmada y mi cara de “what?!” ante los disparates accidentales de lo que la película parecía proponer ideológicamente, por aquí y por allá.
Es cierto que tanto Zoé Saldaña como Karla Sofía poseen cualidades magnéticas. Ellas son así, poseen su propia fuerza gravitacional y saben usarlo a favor, pero es Zoé en lo particular quien vuela como la bandera histriónica (es quien mejor saca la chamba actoral) de la película.
Emilia Pérez es, además, una pieza fílmica a la que se le notan las costuras: algunas, con intención; otras, por torpeza. Sin embargo y como ya lo he dicho, al menos nos da la oportunidad de conversar y debatir. Haz lo que quieras con Emilia: señalar, reprochar, admirar, respingar, compartir, condenar, reflexionar; si quieres, esta peli la podemos usar para escuchar y ser escuchados. Si quieres, puedes tomar la oportunidad para hacer una rabieta en línea o, mejor aún, para compartir con el otro los placeres y/o dolores que este filme causa. Esta película hace que la gente hable de cine, quizás incluso sin darse cuenta.
¿Es el México de la peli de Audiard auténtico? ¿O es impresionista o barroco…? ¿O todas las anteriores? ¿Qué abona el género musical a la propuesta del cineasta? ¿Es un capricho o una declaración? ¿El retrato de la identidad trans es simplista o profundo, acepta generalizaciones o es estrictamente particular? Y hay más y más.
Qué chido encontrar una peli que nos pone cara a cara a charlar, aunque raspe y se invente un México raro, a veces reconocible, a veces tonto e inverosímil.
Una pregunta más: ¿Nosotros somos o no somos el «yo» de Emilia Pérez? ¿Somos más bien un «otro»… o sí somos, pero de mentiritas?
Parece, en todo caso, que somos la otredad de alguien más, y que nos miran de una manera que eso nos confronta y nos enchila, nos emociona y “excita”, nos intriga, nos da rabia y nos hace lamentarnos, nos pone activamente a hablar, a lapidar, a compartir, a recomendar, a defender, a reaccionar.